¡Socorro! Mi hijo es preadolescente

A partir de los 8 años (y hasta los 12, en función de la persona) algunos de nuestros hijos ya podrían entrar en la temida “preadolescencia”. Esta etapa está repleta de todo tipo de cambios: el pudor se incrementa incluso en casa, los cambios en el cuerpo (vello, menstruación, crecimiento de senos, cambios en la voz, etc.) empiezan a producirse, comienzan los primeros “amores” adolescentes, la imagen corporal es por primera vez una gran preocupación, los temas trascendentales empiezan a ser un centro de preocupación, etc. Esto ocurre porque el niño que era antes comienza una etapa de transición hacia la vida adulta y crece en las tres esferas del ser humano: la biológica, la psicológica y la espiritual.

En esta etapa de cambio ser padre no es fácil. Tras más o menos diez años cuidando y manteniendo a tu “bebé”, ahora parece que no puedes saber qué le ocurre, no permite que entres en el baño cuando está él, no quiere que le ayudes a vestirse, se niega a que le lleves y recojas de sus planes o sientes que hace lo contrario a lo que le pides para molestarte.

No te preocupes, tu hijo no ha dejado de quererte, solamente está dejando de ser un niño y se está convirtiendo en un adolescente. Y, aunque esto es un proceso natural, puede estar lleno de peligros debido a lo que esto supone.

Es conveniente entender cómo es el cerebro de nuestros hijos para comprender lo que supone esta etapa evolutiva. Cuando un niño entra en la preadolescencia, ha desarrollado su cerebro reptiliano (encargado de los instintos) y su cerebro límbico (encargado de las emociones), pero todavía está desarrollando el neocórtex (encargado de la razón y las funciones ejecutivas). A la vez, su cuerpo infantil se está desarrollando para poco a poco convertirse en un cuerpo adulto, para lo cual hace falta una gran liberación hormonal. Las hormonas nos hacen más impulsivos, pero a esa edad no hemos desarrollado completamente la inhibición ni el razonamiento de lo que nos sucede, por lo que es muy fácil dejarnos llevar por los instintos (que tenemos bien desarrollados) guiados por un fuerte impulso emocional que nos provoca el desajuste hormonal sin detenernos a pensar en no hacerlo, en las consecuencias o en si quiero o no hacerlo.

Todo esto hace que los padres tengan la tentación de convertirse en padres helicóptero, un tipo de padres que, debido a la ansiedad y desconfianza que tienen en sus hijos, revolotean sobre sus cabezas pendientes de lo que hacen, cómo lo hacen, lo que dejan de hacer, los peligros a los que se exponen, las amistades que tienen, el tiempo que dedican a sus estudios, la ropa que llevan puesta, la intensidad con la que se frotan las rodillas en la ducha y el tamaño de los trozos de filete que se meten en la boca en cada pinchada…

Y provocan así sin darse cuenta que su hijo no se desarrolle adecuadamente. Les cortan las alas con sus hélices de helicóptero y no les dejan volar. En resumen: los padres helicóptero, con el fin de proteger a sus hijos, les privan de los recursos para poder enfrentarse al mundo cuando alcanzan la vida adulta.

Otros padres con este conocimiento, permiten que sus hijos comiencen a salir hasta la hora que ellos consideren, a crearse perfiles en las redes sociales sin control, a navegar por internet o ver la televisión sin límites, a explorar su sexualidad (incluso con otras personas) sin siquiera comprenderla, etc. Lo que hace que en muchas ocasiones sus hijos se expongan a unos riesgos que los padres helicóptero quieren evitar.

Por tanto ¿Cómo educar a mi hijo en esta etapa?

Pongamos la metáfora del open water swimming o natación en aguas abiertas. Es un deporte olímpico que consiste en nadar varios kilómetros en el mar sin ayuda. Es todo un reto, pero hay que luchar duro para llegar al objetivo. El nadador tiene que entrenar y cuenta con un grupo de entrenadores en quien confía y que le aconseja, aunque al final el nadador en el agua toma sus propias decisiones. Estos entrenadores le suben a la barca y le llevan al punto de partida donde el nadador comienza su aventura.

Si los entrenadores, para protegerle, le llevan a nado o le suben a una lancha hasta el final del recorrido, por mucho que quieran que llegue a la meta sin peligros para ser un nadador olímpico, no lo será hasta que no nade todo el trayecto él solo. Por otro lado, si los entrenadores le empujan un día al mar dejándole a su suerte, sin suficiente experiencia y sin supervisión, diciéndole “te esperamos al otro lado”, el nadador podría morir debido a los incontables peligros que tiene el mar abierto. Por último, si los entrenadores le preparan bien, le llevan al punto de partida y, con distancia, le vigilan y animan desde la lancha, haciéndole saber que confían en él y en lo que puede lograr y que a pesar de lo duro de su trayecto tiene un barco al que volver si surgiese algo o lo necesitase, el nadador, se curtirá, nadará adecuadamente, llegará a su destino y se convertirá en un nadador meritoso y todo ello estando siempre seguro y protegido.

El paralelismo está claro: si queremos ser buenos padres en esta época del desarrollo de nuestro hijo debemos ser como los últimos entrenadores y no como los primeros y los segundos. Para ello hay varias estrategias. Algunas son:

  • Comunicación clara y sincera con nuestro hijo, respetando a la vez su intimidad. Esto ha de ser siempre así y en todos los temas, incluyendo la sexualidad y temas como la muerte. Las mentiras piadosas no existen en estos temas (aunque sí adecuar la cantidad de información o la explicitud a la edad), nuestros hijos se están desarrollando y si algo les inquieta y sus padres no le saben hablar del tema, buscarán respuestas en medios que le puedan dar una mala visión del mundo y no acudirán a nosotros si necesitan ayuda en estos temas. Por tanto, la sexualidad y las malas noticias hay que comunicarlas adecuadamente sin resultar alarmistas ni convertirlas en un tabú al que el preadolescente tratará de acceder por otros medios y del que no nos comunicará sus inquietudes.
  • Establecer normas y límites pero sin privarle de su libertad. Por ejemplo, poner una hora razonable en función de la edad y la organización familiar para volver a casa de un plan, pero no prohibirle quedar fuera de casa por miedos infundados. Si esto se hace bien se fomentará su sentido de la responsabilidad, su asertividad y su crecimiento.
  • Establecimiento de horarios y rutinas sólidos, realistas y coherentes.
  • Mostrarle nuestro cariño, respeto y confianza, con palabras y acciones, respetando su espacio y haciéndoles saber que pueden contar con sus padres para hablar de lo que les inquieta, les da miedo, les preocupa, etc. sintiéndose seguros.
  • Ayudarle en la toma de decisiones. Hay decisiones que no pueden elegir ellos como, a lo mejor, la hora de la cena. Sin embargo, hay otras que sí como si ponerse un jersey o una sudadera para ir a dar un paseo el domingo. Conviene darle espacio y favorecer que aprendan a elegir ciertas cosas. Además, esto le dará más sensación de control sobre su vida y repercutirá positivamente en su autoestima, fomentará su asertividad, favoreciendo que no se deje llevar por la presión de grupo al tomar sus propias decisiones logrando una personalidad más sólida.
  • Ayudarles en el fracaso. Sin reforzar la falta de esfuerzo o de compromiso, no ser intolerantes al fracaso (deportivo, amoroso, académico, etc.) y prevenirles de que puede ocurrir, que sepan que en ese caso tienen a alguien a quien acudir para encajar el golpe y buscar el modo de, si es posible, mejorar para lograrlo de nuevo, aprendiendo del error aprendiendo a ser más resilientes.
  • Demostrarles la importancia de la responsabilidad y que no cumplir con las responsabilidades tiene consecuencias. Sobre todo si esto se anuncia previamente. Así pues, ser firmes en ello y darle responsabilidades en casa, por ejemplo, con encargos (bajar las persianas, poner el lavaplatos, traer el correo del buzón…). No perder de vista que el ejemplo ha de estar siempre presente y más en temas de responsabilidad. Con todo ello les ayudaremos a desarrollar virtudes como la servicialidad, la dedicación, la responsabilidad, el cuidado de las cosas, etc. que ayudarán a moldear su carácter y constituir, junto al temperamento, una personalidad firme.
  • Adecuar las tareas a sus capacidades.
  • No hacerse cargo de una tarea o responsabilidad del hijo. Está bien ayudarles y animarles en lo académico, que se sientan apoyados si lo necesitan. Pero hay que tener en cuenta que es preferible que suspendan un proyecto y asuman la responsabilidad de sus actos y omisiones a darles una falsa enseñanza de que no hay consecuencias para que no lo pasen mal mañana, porque las consecuencias serán peores en el futuro.
Por Pablo Sastre Ortega.

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