Mamá, eso me da susto

«Mamá, esto no me gusta», «Ana me ha pegado»… Seguro que tanto si tenemos hijos como si no, hemos tenido que intervenir en alguna situación donde un niño pequeño se ponía a llorar porque sus padres no estaban o dos niños no tan pequeños se pegaban y no hemos sabido qué hacer.

Lo cierto es que los niños tienen emociones y, al contrario de los adultos, no saben ni quieren ocultarlas. Ni siquiera saben nombrarlas o manejarlas. Somos los adultos: padres o educadores los que tenemos que intervenir. Pero… ¿cómo? ¿Cómo educar las emociones? No es una pregunta trivial. De hecho, los adultos nos damos cuenta que el manejo de las emociones es una de las cosas que más nos afecta en nuestro día a día: no sabemos qué hacer con un jefe díscolo o cómo llevarnos mejor con los colegas del trabajo para no pasarlo mal y los problemas de pareja son una de las causas principales de malestar. Por debajo de todas estas situaciones están nuestro amplio abanico de emociones y cómo nosotros nos manejamos con ellas.

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Las mamás trabajadoras dedican a los hijos un tiempo similar al de las mamás no trabajadoras

Ahora que el verano termina y estamos en época de vuelta al cole, a muchas madres nos inquieta nuevamente el separarnos de nuestros hijos. Una vez más el verano acaba y tenemos que volver a trabajar después de haber estado varias semanas sin separarnos de ellos.

Es una sensación agridulce. Por un lado, acaba el descanso (si es que con hijos se puede llamar así) y nos da pena volver a la rutina.

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El amor entre padres e hijos: ¿qué es el apego?

La relación que se establece entre los hijos y las personas encargadas de su cuidado es un vínculo afectivo muy especial. Se trata de una relación necesaria para los niños (casi podríamos decir que esencial para su supervivencia) que marcará el carácter del niño y el tipo de relaciones que establezca con el resto de personas emocionalmente significativas durante toda su vida.

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Mi bebé es prematuro

“La primera vez que vi a mi bebé tras su inesperado y temprano nacimiento fue una experiencia impactante y sobrecogedora para mí: en la incubadora, lleno de cables por todas partes, rodeado de máquinas y aparatos múltiples… Mi hijo nació con 34 semanas de gestación y 2 100 gramos de peso. Su aspecto era frágil, vulnerable. Su piel era muy brillante y tan fina que a través de ella podían verse las venas, por lo que su color era rojizo o, a veces, violáceo. Todo su cuerpo estaba cubierto por un cabello fino y abundante llamado lanugo. Su cabeza era desproporcionadamente grande en comparación con el tamaño del cuerpo y sus piernas y brazos, largos y extremadamente delgados, sin apenas grasa sobre los huesos. Su pene era muy pequeño y aún no le habías descendido los testículos a las bolsas.

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El aprendizaje de la lectura requiere de una edad mínima a nivel neurológico.

Creo que como padres todos buscamos lo mejor para nuestros hijos y en una sociedad como la actual ese “mejor” pasa por unos buenos resultados académicos. Que al niño le vaya bien en la escuela es uno de los mayores quebraderos de cabeza de los padres. Sufrimos si vemos que a nuestro hijo le cuestan las matemáticas o si la profesora no para de mandar notas sobre lo poco que atiende en clase o los puntos débiles de su aprendizaje sobre los que hay que “seguir trabajando” en casa.

Lo cierto es que el aprendizaje básico que va a permitir el acceso a todos los demás y que va a influir de manera decisiva en el rendimiento académico de nuestro pequeño es la lectura y la escritura. Si el pequeño se atasca en este primer paso, los años de colegio pueden convertirse en un suplicio.

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Llora mi niño, que te escucho

El llanto es la más potente herramienta de comunicación que tiene nuestro bebé para hacernos saber que nos necesita. Es por tanto un regalo de la naturaleza. Desde el momento en que tengo en brazos a mi cría puedo aprender poco a poco a entender qué le está pasando cuando me habla de esta manera. Cuando el bebé llora está hablando, nos cuenta que tiene hambre, que está mojado, que le duele algo, o que necesita a mamá, puede que nos informe de que hubo demasiadas visitas, que necesita dormir, o desconectar. Sólo hemos de aprender a escuchar.

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Los episodios depresivos de los padres pueden afectar negativamente a los hijos.

Según un estudio de la Universidad de Columbia y el Instituto de Psiquiatría de la Ciudad de Nueva York (*), la remisión de la depresión en las madres mejora la sintomatología psiquiátrica y conductual de sus hijos en edad escolar. Según parece los hijos de mamás depresivas que presentan problemas psiquiátricos (como puede ser una depresión infantil) o trastornos de conducta (mal comportamiento, oposicionismo, etc.) mejoran al mejorar los síntomas depresivos de su madre. Tener una figura de apego primaria que presente depresión, ansiedad, abuso de sustancias o esté traumatizada puede desencadenar problemas en los niños.

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Menores de familias acomodadas ingresan en centros tutelados por omisión del deber paterno*.

Tradicionalmente el perfil de los niños que ingresaban en pisos tutelados por la administración respondía al de hijos de familias desestructuradas: uno o ambos progenitores en prisión, padres parados con escasos medios de subsistencia, hijos de toxicómanos, etc.

Sin embargo, según un artículo publicado por Joaquina Prades en El País Semanal, aumenta la presencia de otro tipo de niños que quedan bajo la tutela de Servicios Sociales. Se trata de niños de familias acomodadas, de clase media o media alta a quienes no les falta nada material: acuden a colegios privados, de prestigio, tienen móviles de última generación, internet con las mayores comodidades, ropa de marca,… y, sin embargo, sus padres no les dedican tiempo.

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Los niños con hipertensión primaria presentan mayor riesgo de presentar dificultades del aprendizaje*.

Según un estudio realizado en la Universidad de Medicina de Rochester, New York, los niños diagnosticados de hipertensión primaria son mucho más propensos a presentar dificultades del aprendizaje que niños de la misma edad con tensión normal, al margen de que tengan o no prescrita medicación para un Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad.

Ya se sabía, por anteriores estudios, que los adultos con hipertensión tienden a puntuar más bajo en test neurocognitivos especialmente en las áreas de atención, memoria de trabajo y función ejecutiva.

En el presente estudio participaron 201 niños entre 10 y 18 años a los que se les hizo un seguimiento de 3 años. La mitad de ellos(100) presentaron hipertensión mientras que el resto no fue diagnosticado de hipertensión.

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