El llanto es la más potente herramienta de comunicación que tiene nuestro bebé para hacernos saber que nos necesita. Es por tanto un regalo de la naturaleza. Desde el momento en que tengo en brazos a mi cría puedo aprender poco a poco a entender qué le está pasando cuando me habla de esta manera. Cuando el bebé llora está hablando, nos cuenta que tiene hambre, que está mojado, que le duele algo, o que necesita a mamá, puede que nos informe de que hubo demasiadas visitas, que necesita dormir, o desconectar. Sólo hemos de aprender a escuchar.
Por nuestra parte estamos sensibilizados biológicamente, es decir que nos afecta mucho oírles llorar. Ha de ser así porque es una de las maneras que tiene la naturaleza de asegurarse de que nos haremos cargo de la descendencia.
Creo que de todo esto existen múltiples artículos que nos enseñan a los papás a ir reconociendo las necesidades de nuestro hijo. Hace poco tuve la oportunidad de leer uno en el que incluso explicaban los gestos que acompañaban al llanto para identificar lo que el pequeño requería. Son grandes avances desde luego.
Sin embargo, no es habitual pararse a pensar en el llanto del bebé como expresión de las necesidades de la madre. Cuando por primera vez leí sobre ello fue en un libro de Laura Gütman, psicóloga argentina experta en maternidad. Me pareció mágico pero extrañamente razonable. Después, en mi experiencia como madre y profesional, he podido comprobar cuánta razón tiene. Las mamás estamos conectadas a nuestro pequeño durante mucho más tiempo de lo que creemos. Aunque se haya cortado el cordón umbilical físico no lo ha hecho el emocional, y si no, querida madre, pregúntate a ti misma si no has sentido como propias las necesidades de tu cría, si no te has sentido en total paz cuando has visto que saciado tu bebé se dormía al pecho. Esto funciona también al revés: nuestras criaturas se encargan en ocasiones de expresar aquello que nosotras no decimos. Por ejemplo, nos obligan a bajar el ritmo aunque no queramos conscientemente. Pretendemos estar de nuevo “en la onda”, rápidamente subirnos al tren del trabajo y de los vaqueros que me quedaban genial, y ellos nos paran, con sus demandas nos hacen descansar, nos hacen plantearnos cogernos una excedencia por ejemplo.
Como ejercicio propongo hacernos una pregunta: cuando el bebé llora sin parar y sus necesidades físicas están cubiertas, párate y pregúntate qué tal estás tú, o pídele a tu pareja que te tome de las manos y te lo pregunte, que te escuche sin más. Observa después qué le sucede al enano, quizá te sorprendas…
Mucho se ha hablado sobre cómo afrontar el llanto de nuestros bebés, tenemos muchas versiones, desde las que potencian la escucha y ponen a prueba la paciencia de los papás, hasta las que consideran que el niño necesita límites desde el comienzo, con lo que en determinadas ocasiones no ha de atenderse su queja.
Indudablemente no podemos atender cien por cien el llanto del bebé en todo momento. La vida diaria nos lleva a que esto ocurra. Pensemos por ejemplo en cuando vamos conduciendo o cuando estamos en el baño, el pequeño no tiene más remedio que esperar. Si esto ocurre de forma natural ¿por qué se empeñan algunos profesionales en promover situaciones para que el niño se frustre? ¿Por qué no nos preguntamos qué está pasando con esa madre que, a pesar de sonreír encantada detrás del tapa-ojeras, parece estar desbordada? Sinceramente, no creo que sea tan sencillo como asegurar que este bebé necesita aprender a dormir solo y límites aunque tenga 15 días de vida.
Hagamos un trato, pensemos a partir de ahora en la pareja mamá-bebé, pensemos que son dos los que conviven en el vaivén mágico del puerperio, los que se miman, maman y amamantan, los que lloran, y escuchemos, no juzguemos, simplemente tomemos a los dos y observemos para aprender.