El confinamiento, el estrés y el trauma

El estrés es la respuesta natural de nuestro organismo a una situación novedosa y/o potencialmente peligrosa. Ante una amenaza, nuestro cerebro se activa y envía señales al resto del cuerpo para que esté alerta. Diferentes sistemas se ponen en marcha para poder dar una respuesta rápida a la situación. Una vez el estímulo desencadenante ha pasado, el cuerpo recupera su ritmo de funcionamiento habitual.

Pero ¿qué es lo que sucede cuando el estímulo o la situación se mantiene en el tiempo?

En ocasiones, cuando la situación desencadenante del estrés se mantiene en el tiempo, puede llegar a ocurrir que la respuesta de estrés (en un principio puntual) se cronifique  y, por tanto, el estado de hiperalerta empiece a ocasionar desgaste y daños en el organismo. Este estrés crónico es dañino y puede llegar a causar una serie de consecuencias en nuestro organismo tanto a nivel fisiológico como mental.

¿Podríamos asemejar la situación de alerta y confinamiento que estamos viviendo con un estresor crónico?

Tal vez. Para que un estresor se cronifique, aparte de la propia naturaleza del estresor (llevamos ya más de 7 semanas en esta situación) es fundamental la vivencia que tenemos nosotros de lo que está sucediendo.

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La necesidad de ser reconocido como víctima

Parece una tontería sí, pero si nos fijamos bien, cuando un niño se da un golpe lo primero que hace es buscar a un adulto para que se dé cuenta de lo sucedido. Este gesto simple que a veces pasa inadvertido tiene más implicaciones psicológicas de lo que parece.

La primera fase de la curación pasa porque aquellos que cuidamos del menor nos demos cuenta de lo que le ha pasado.

No hay niño que no busque a sus padres o cuidadores principales cuando le sucede algo. Ya sea un golpe pequeño y un gran tortazo. Si se pillan un dedo, si se dan un coscorrón, si se tropiezan con la esquina de la mesa…lo primero que hace un niño es girarse y buscar el reconocimiento en sus cuidadores de qué es lo que le ha sucedido.

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Los niños y la migración

Viendo todos los fenómenos que últimamente están más presentes en los medios de comunicación – miles de personas desplazadas por conflictos bélicos que tienen que refugiarse en otros países, adultos y niños que mueren ahogados tratando de buscar un futuro mejor, atentados suicidas perpetrados por jóvenes que reniegan de sus familias y se radicalizan en sus convicciones religiosas – da mucho qué pensar acerca de la infancia y su vulnerabilidad.

Después de los atentados ocurridos en París, queda la sensación de que las guerras que hacen abandonar a miles y miles de personas su país de origen, generan situaciones conflictivas muchos años después de que el suceso original se haya producido, incluso generaciones después.

Esto nos ha llevado a plantearnos a todos los niveles: social, cultural, político ¿cuál es la solución? No parece nada fácil puesto que la mente de estos niños y jóvenes está marcada por muchas tragedias. 

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