La regulación emocional es una tarea pendiente para muchos de nosotros y todo comienza aprendiendo a identificar qué es lo que estamos sintiendo.
Desde el nacimiento, nos desarrollamos en un ambiente impregnado de emociones. Aprendemos a manifestarlas, recibirlas y actuar tratando de controlar las respuestas. Las emociones se disparan automáticamente por estímulos -por ejemplo: abrimos un yogurt y vemos que ha caducado, entonces sentimos asco o estamos en una situación embarazosa y sentimos vergüenza- y desaparecen a los pocos segundos. Estas sensaciones emocionales tienen una función y nos indican que hay una necesidad que no está siendo atendida. El enfado nos indica que ha habido una injusticia y debemos defendernos, o el miedo nos indica que podemos sufrir un daño. Además, hay unas emociones que llamamos básicas (tristeza, miedo, enfado, asco y alegría) y otras más complejas (e.g. humillación o esperanza).
Las emociones van a estar queramos o no, y tienen implicaciones en nuestro bienestar y calidad de vida, por lo que es importante aprender sobre ellas y gestionarlas.