Está claro que criar un niño no es fácil. Menos aún en una sociedad y con un entorno laboral exigente donde ambos padres tienen que trabajar para poder disfrutar una buena calidad de vida.
Los adultos que se encargan de la labor de la crianza sufren estrés y, en general, tienen poco conocimiento sobre los retos que plantean día a día los niños.
Y cuando el niño sufre, tomamos dos posiciones diametralmente opuestas: o rápidamente buscamos ayuda ante cualquier eventualidad que le esté sucediendo a nuestro pequeño o, tratamos de normalizar todo aquello que le sucede entendiendo que es algo «normal» en la infancia, incluso aunque podamos percibir la angustia de nuestro hijo. Evidentemente ninguna de las dos posturas ayuda demasiado a solucionar el problema. Acudir a un profesional de confianza que sepamos que nos orientará sobre si realmente lo que le sucede al niño es algo grave o no y que será claro a la hora de decir si el niño necesita ayuda profesional, puede sernos de gran utilidad.
Y es que intervenir en un niño es mucho más fácil y seguro que hacerlo sobre un adulto. El adulto que asiste a terapia para recuperarse de su dolencia normalmente tiene que hacer un gran esfuerzo y varias hábitos que lleva años realizando. Un niño está mucho más abierto a aprender y le resulta menos chocante cambiar su comportamiento.
Este sería un motivo que alentaría a las familias a buscar soluciones mejor pronto que más adelante. Pero es que además, intervenir tempranamente desde la infancia puede tener el beneficio de hacer crecer adultos con un mayor conocimiento de sí mismos y con mejores herramientas a la hora de gestionar el estrés y las dificultades.
Según afirma la psiquiatra Marina Romero en una entrevista para La Opinión de Málaga, una buena salud mental prevendría no sólo el desarrollo de enfermedades mentales sino también orgánicas. […] ya que un factor de riesgo muy relevante para muchas patologías inmunológicas, reumatológicas, digestivas e incluso oncológicas es la ausencia de una buena salud mental para gestionar el estrés al que estamos sometidos en nuestro día a día.
Así, anima a que entre todos estemos pendientes de aquellos casos menos graves pero tal vez más prevalentes como son los trastornos de conducta o los trastornos emocionales en la infancia. Para ello es necesario tener a profesionales formados para hacer frente a estos casos pero también crear una mayor conciencia social del buen hacer de profesionales de la salud mental y del beneficio que implica la adecuada gestión del estrés y las emociones. Y que los padres comprendan el enorme beneficio que implica la intervención temprana sobre la salud global del futuro adulto que están criando.