Por Ainhoa Uribe
No sé si esta historia os suena de algo:
Llegas a casa después de todo el día fuera trabajando y te encuentras a tu pareja y padre/madre de tus hijos discutiendo por algo que te parece insignificante. El enfrentamiento está generando una escalada de gritos y reproches que no llevan a ningún lado o, a ningún lado bueno. Entonces decides intervenir. Como estás más fresco, ya que no estás metido en la conversación desde el principio, consigues tener una perspectiva más alejada, menos contaminada por la emoción o las reacciones viscerales. Entonces, en un tono calmado, propones una alternativa de solución. Lo más habitual es que llegues a un acuerdo con tu hijo/a (a veces cediendo algo más que lo que la otra parte de la pareja estaba dispuesto) y la situación queda solventada.
Ésta es una dinámica de pareja muy habitual entre padres y madres. Uno suele llegar más tarde del trabajo mientras que el otro dedica más tiempo a los hijos. Aquél que pasa sus tardes con los niños habitualmente se va cargando de negar permisos, poner límites, llegar a acuerdos, mediar entre discusiones de hermanos, calmar llantos o gestionar emergencias. Esto hace que su agotamiento mental sea mayor y su tolerancia a las exigencias del niño, menor.
El que llega más tarde y comparte menos tiempo con sus hijos, también está cansado del trabajo pero mentalmente más despejado y su nivel de aguante a la hora de dialogar puede ser mayor.
Muchas veces, los psicólogos nos empeñamos en señalar que los padres que llegan a casa a última hora del día, vienen cansados de trabajar y no están dispuestos a negar ningún capricho a sus hijos, por no pelear ni discutir. Evidentemente, lo observamos como algo negativo. Sin embargo, sí hay muchos padres preocupados e implicados en la educación de sus niños que simplemente aportan un punto de vista refrescante y nuevo a la relación.
Y es que poder entrar en la dinámica familiar a una hora donde la pareja está cansada y dar un aire fresco a la interacción con los hijos, puede ser algo muy positivo. Mirémoslo así. No se trata de dejar a los hijos que hagan absolutamente todo lo que quieran. Estamos hablando de dialogar con ellos con fuerzas renovadas a una hora en la que ya éstas escasean. Hablar sin chillar. Dar un minuto más de tiempo para que tu hijos reaccionen y puedan ir por sí mismos a la ducha o a lavarse los dientes sin tener que llevarlos arrastrando. Poder invertir 5 minutos más en leer un cuento y quedarnos a su lado mientras cogen el sueño.
Esta manera más respetuosa y calmada de gestionar los conflictos con los niños muchas veces nos la proporciona el entrar de cero, sin saber qué había sucedido hasta ese momento. No es que nuestra pareja tenga poca paciencia o no sepa gestionar el conflicto, es que partimos de niveles de emoción diferente. Podemos dar un espacio a los que llegan con energías renovadas y que ellos tomen el relevo de la situación ayudando así a suavizar las tensiones o la sensación de agotamiento del cónyuge.
Y no esto sucede no solo en familias donde están los dos padres. También monoparentales pueden tener un apoyo en hermanos, abuelos, tíos o amigos. Cada vez que se produzca una escalada de tensión, resulta muy conveniente dejar entrar en la conversación a un interlocutor menos implicado. Es una manera de conseguir que el final del día sea menos tirante…y funciona!