Desde hace ya muchos años se habla de que el estrés en los primeros años de vida marca a los niños convirtiéndolos en adolescentes y adultos más propensos a padecer trastornos de ansiedad, depresión o de conducta. Y ahora un estudio recientemente publicado en la revista PNAS revela cómo sucede esto.
La amigdala, que es el centro cerebral encargado de procesar emociones, especialmente el miedo, queda marcada en su funcionamiento haciendo que la persona sea más propensa a reaccionar con temor.