Por Ainhoa Uribe
Cuando una pareja se separa, los dos miembros sufren dado que se han roto las expectativas de ambos de conseguir una vida feliz juntos. Cuando la pareja además tiene hijos, para los niños no son las expectativas las que se rompen sino su propio mundo. No conocen otro. Desde que han nacido han tenido un padre y una madre, que vivían juntos y con una relación que les vinculaba (fuera ésta mala, buena o regular).
Llegados a un punto de no comprensión en la pareja, de rechazo mutuo o de falta de proyectos de futuro en común, es la hora de separarse. Y esto es un ejemplo para los hijos: cómo el adulto trata de ser mejor persona en busca de su propia felicidad y estabilidad emocional. Ahora bien, no hay que olvidar que para los hijos la separación de los padres es un estrés vital y hay que estar muy pendientes de cómo manejar la situación para que consigan afrontarla de la mejor manera posible.
No hay una separación en la que los hijos no sufran.
Por mucho que solo sea una de las partes con la que conviven o que la pareja les trate mal o que presencien violencia verbal entre sus padres,…