Por Virginia Miramón
Si tuviéramos que pensar y describir hoy en día a una persona con síndrome de Down probablemente algunas de las características que usaríamos serían persona con un “buen estado de salud”, una “imagen exterior correcta”, con “hábitos de autonomía conseguidos”, capaz de leer y escribir, que participa en diversos entornos sociales normalizados: escolar, laboral,… y con una discapacidad intelectual leve o moderada, entre otros aspectos.
Atrás queda la idea de personas con sobrepeso, que no se relacionan con el resto del mundo, analfabetas, con una discapacidad intelectual severa o profunda,… Ello ha sido posible gracias a los avances que a lo largo del tiempo se han producido en los distintos campos: médico, educativo, empresarial,…
Y a una creencia sumamente importante: el “efecto pigmalión”: las expectativas que una persona tiene sobre otra influirán en el rendimiento de esta última y acabarán cumpliéndose.