Recuerdo la primera vez que me mudé: no tendría más de seis años. No entendía por qué mis padres se cambiaban de casa a una calle paralela ¿por qué dejar nuestra casa de “siempre” para ir a una en la que mi hermano tuviese un cuarto más grande?
Recuerdo que mi hermano se encerró en el armario de su habitación con la esperanza de que sin él mis padres no se irían, tampoco él se quería ir de “nuestra” casa; eso nos convertía en dos contra dos, lástima no ser adulto y no ser el que tenga la última palabra.