Por Virginia Miramón
La llegada de un nuevo miembro a una familia supone un importante cambio no sólo en su rutina habitual, sino también en la vida de todas y cada una de las personas que la conforman. Este cambio resulta aún más espectacular cuando el nuevo integrante de la familia presenta una discapacidad.
Nuestra mirada y reflexión en el día de hoy se va a centrar en esas personitas que, con mucha frecuencia y sin que sea de un modo intencionado, son relegados a ser actores secundarios en esta nueva película: los hermanos.
Los padres, un papel esencial.
Con la venida de un bebé con discapacidad, los padres juegan un papel esencial en la nueva dinámica familiar que a partir de ahora se establece, en la aceptación e inclusión del nuevo miembro en la misma, así como en el tipo de relación que los diferentes integrantes de la familia instauran y desarrollan con él.
Cuando los padres no han aceptado a su hijo (no es el niño que habían deseado y soñado), relativamente frecuente al principio, y sienten rechazo hacia él, es habitual que traten de alguna manera de compensarlo con excesivos cuidados y vuelquen toda su atención en él, de tal modo que “olviden” al resto de sus hijos o a ellos mismos en un intento de sentirse mejor y tranquilizar su conciencia.
Esto puede generar muchos y variados sentimientos y pensamientos encontrados en sus hermanos: celos, rabia, angustia, sentimiento de abandono, de rechazo hacia el propio niño,… lo que puede hacer que desarrollen también conductas inadecuadas como la sobreprotección como en el caso de sus padres. A menudo los hijos reproducimos lo que observamos en nuestros padres: son unos potentes modelos a imitar.
En este sentido, ambos padres deben explicar a los hijos desde el inicio qué le sucede a su hermano y de qué manera pueden ayudar. Es conveniente hablar con naturalidad sobre el tema, empleando un lenguaje adecuado a su edad y deben responder siempre a sus preguntas sin miedo y con sinceridad. Si la discapacidad se vive con secretismo, la vivirán y sentirán siempre como algo malo. De la otra manera, se logrará que se impliquen más y de una forma más adecuada en la atención y cuidado de su nuevo hermano, sin olvidar que ellos, a su vez, se convertirán en poderosos modelos a seguir para el pequeño.
Pero, a pesar de esta fundamental participación, todos los hijos requieren su propio espacio dentro del núcleo familiar, su tiempo particular con sus padres, ser activamente escuchados, y la familia no debe nunca volcar sus miedos y frustraciones sobre ellos.
Ellos también son especiales
La experiencia de tener un hermano con diferentes capacidades es distinto para cada miembro de la familia: depende de muchos factores como la edad, el carácter y personalidad de cada uno, su grado de madurez,… Genera en ellos distintas emociones y sentimientos que necesitan expresar abiertamente sin miedo a lastimar a nadie.
Es habitual que también tengan preocupaciones particulares, diferentes a las que pueden tener otros niños o jóvenes de su edad, por ejemplo: se preocupan por su hermano, sus padres, sus amigos (“¿Qué pensarán de su hermano? ¿Lo aceptarán?”), por el entorno en el que viven o por lo que será de su vida adulta (“¿Quién se ocupará de su hermano cuando sus padres ya no estén?”).
Aun así, es fundamental que los hermanos, independientemente de sus diferentes capacidades, se relacionen y comporten como tal: que jueguen, se peleen, rían, lloren,… Pues la interacción entre hermanos resulta de gran importancia para su socialización y desarrollo general: aprenden el proceso de dar y recibir, de compartir y llegar a acuerdos,…
“Ha cambiado mi vida”
El resultado, con el paso del tiempo, en la mayoría de los casos, suele ser muy positivo y beneficioso para todas las partes.
“Tiene la habilidad de hacer feliz a todos los que le rodean”, “me hace una mejor persona”, “me ha enseñado a encontrar alegría en las cosas pequeñas”, “me ha enseñado a tener paciencia, entendimiento, respeto, tolerancia, fuerza, a no ponerme límites, ha cambiado, en definitiva, mi escala de valores”, “lo admiro, aprendo de él todos los días”, “es mi confidente, mi amigo, mi compañero, es la persona que da sentido a mi vida”,… Son sólo algunos de los comentarios que suelen realizar personas que tienen o han tenido la bendición, como ellos mismos afirman, de compartir sus vidas con un hermano con discapacidad. Son, simplemente, auténticas lecciones de vida.