¿Sabías que normalmente los problemas psicológicos de un niño son la señal de toda una familia disfuncional?

Leo un artículo sobre el aumento de los problemas de salud mental en los niños y adolescentes a causa de la crisis. En él se habla de un estudio realizado por la Federación de Entidades de atención y educación a niños y adolescentes (Fedaia) y la Universidad de Barcelona con 35.000 familias. Debido a los problemas económicos las familias presentan mayores niveles de ansiedad, alcoholismo, malos tratos y desatención infantil. Parece que los padres centran sus preocupaciones en otras cosas y descuidan los lazos afectivos.

Entonces…¿quién tiene el problema, los niños o sus padres?

Para mi claramente hay un de los extermos en esta polaridad que es el que lleva la responsabilidad y el otro que carga con las consecuencias.

Y esto pasa en la mayoría de los casos en los que un niño acude a terapia. Los padres piden ayuda porque no entienden o no saben cómo ayudar a su hijo ante determinada situación o cómo manejar determinados comportamientos. Empiezas a trabajar con el niño y enseguida suceden cosas en la familia: desavenencias tapadas durante años que pueden provocar una ruptura de la pareja, secretos familiares que salen a la luz, enfados y resentimientos guardados entre ambos miembros de la pareja parental que no han sido aireados en su momento.

Los hijos, en muchas ocasiones, son la pieza más débil del sistema que compone una familia y son quienes presentan una sintomatología más visible: se muestran inquietos, tristes, angustiados, enfadados o rebeldes.

Los adultos a su alrededor han aprendido a callar o contener algunas emociones que no quieren sentir por miedo o desconocimiento y tienen la falsa creencia de que «los niños no se enteran». Como es algo de lo que no se habla, «cómo van a saber ellos…»

Sin embargo, nos olvidamos de que los niños tienen un sistema de captación emocional igual al de todo ser humano (el sistema límbico) que, en su caso, está recién estrenado y a pleno funcionamiento. Su sistema límbico recoge datos y muestras de todo lo que sucede a su alrededor para poder aprender de ello y poner nombre a las emociones y situaciones que le rodean en todo momento.

Por eso solemos decir que los niños son «una esponja» o que «tienen un radar». No nos olvidemos que esto es así tanto para aquellas cosas de las que se habla como para las que se callan.

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