Mamá, ¿hoy es mañana? Todos los días mi hijo me hace esta pregunta cuando a la hora de acostarnos empezamos a hablar de quién irá a recogerle al colegio al día siguiente.
Si tenéis hijos, estaréis de acuerdo en que este tipo de preguntas relativas al tiempo, a la mañana, la tarde, la noche o al antes y después suscita mucho interés para ellos. Es realmente complicado para un niño comprender la dimensión temporal por varios motivos.
Para el niño cuando nace es todo tan nuevo, excitante y cambiante que se sorprende a cada minuto. Él mismo cambia a gran velocidad y sólo se hace consciente de las cosas invariables: mamá, papá, casa, cuidadores. Son todo cosas que puede ver en el espacio. Poco a poco se irá percatando también de que hay cosas cambiantes que, sin embargo, se repiten. Por ejemplo, el sol y la luna. Se alternan continuamente, siguen un ciclo. Aprenderá a apreciar matices del tiempo como son: la mañana, la tarde, la noche o la alternacia de días laborables y festivos.
Según vaya creciendo, su cuerpo le irá capacitando para moverse en el espacio. Primero de bocarriba a bocabajo, luego en círculo, luego adelante y atrás y, por último arriba y abajo. Como su cuerpo experimenta todas estas posiciones en el espacio, le resulta más fácil asimilar los conceptos espaciales. Así pronto aprenderá a buscar algo que le decimos que está encima de la mesa o debajo de la silla.
La izquierda y la derecha resultan también complejas porque no dependen de la colocación de un objeto externo (como la mesa o la silla del ejemplo anterior) sino que dependen de la posición relativa del propio cuerpo. Las cosas están a nuestra derecha o a nuestra izquierda. Para poder captar esto, es necesario poseer un concepto de YO y eso requiere un mínimo de dos años. Aún así, les llevará un tiempo entender las diferencias entre un lado y el otro del cuerpo. Probablemente no se consiga hasta los 5 años, con el pleno desarrollo de la lateralidad (el uso preferente de un lado del cuerpo como diestro o zurdo).
Pero los conceptos temporales tardan aún más tiempo. Y esto, ¿por qué?
Primero porque los cambios temporales son más sutiles que los espaciales. No es lo mismo cambiar objetos de sitio, que el cambio que se produce del día a la noche que resulta muy lento, o el de las estaciones del año.
Segundo, porque neurológicamente madura antes el lado derecho del cerebro que es el que capta estímulos globales y espaciales. El lado izquierdo, con una maduración más tardía está preparado para captar estímulos secuenciales o temporales.
Así se explica este lío que se genera en sus cabezas cuando los adultos manejamos conceptos que les resultan tan intangibles. Poco a poco apreciarán los ritmos temporales más amplios como los cambios estacionales, se harán conscientes de los cambios que el tiempo realiza en su propio cuerpo y desccibrirán matices más sutiles como el paso de los meses o los días de la semana.