La imagen que tienen los niños sobre sí mismos se construye sobre las percepciones que otros tienen de ellos. Esta autoimagen se ve influída por las opiniones de padres, madres, profesores o incluso compañeros.
En la primera infancia, podríamos decir que entre los 4 y los 10 años, lo que más influye es la opinión de los padres. A medida que crecen la opinión de otros adultos significativos, tíos, abuelos o profesores, cobra relevancia. Y, más adelante se une también la de los amigos o compañeros.
Por eso resulta tan importante qué imagen tenemos de nuestros niños y cómo se le transmitimos.
Según un estudio realizado por Bonny Hartley en la Universidad de Kent (Reino Unido) los chicos y chicas entre 4 y 10 años tienen una imagen negativa del rendimiento escolar de los niños mientras el estereotipo femenino es de ser estudiosas y presentar buen comportamiento en clase. Parece que la percepción que tienen los profesores sobre la capacidad de realizar con éxito las tareas escolares influye directamente sobre la actuación de los niños.
En otros dos ensayo realizados en Reino Unido se ha podido observar cómo los niños rinden en función de lo que se espera de ellos.
Este dato resulta llamativo puesto que aunque es obvia la influencia de lo que los adultos piensan sobre los niños y su comportamiento, nunca se había observado de manera tan directa e inmediata.
Los autores llegan incluso a concluir que los estereotipos sociales podrían explicar en parte la tendencia de las niñas a elegir carreras de letras mientras que los chicos prefieren las ciencias.
Sin llegar a tanto, lo que nos queda claro es la influencia del pensamiento adulto sobre los niños y cómo ellos se comportan en consonancia a lo que esperamos de ellos. Habrá entonces que extremar la tendencia tanto de padres como educadores de encasillar a los niños como buenos o malos estudiantes o buenos o malos chicos por el resultado de un comportamiento concreto en un momento dado.
