¿Qué pasa en nuestro organismo cuando nos encontramos ante una situación amenazante? Cuando nos sentimos vulnarables tendemos a responder básicamente de tres maneras diferentes: ataque, huída o parálisis. Es lo que en inglés se llama «las 3 F» fight, fly and freeze.
Y es que nuestro organismo trae de serie estos mecanismos de respuesta. A medida que maduramos y crecemos, vamos modelando estas conductas y nos adaptamos de una manera más flexible a las circunstancias que nos rodean, a las convenciones sociales y culturales que nos rodean.
Sin embargo, en un niño estas respuestas son observables de una manera más directa.Todos tenemos la capacidad de reaccionar de las 3 maneras pero lo más habitual es que tengamos una forma preferente de respuesta.
¿En qué consisten estas reacciones?
La lucha es la más llamativa de las 3 respuestas y también la más disruptiva. Aquellos niños que siempre gritan o pegan cuando se les niega algo que quieren son los que presentan esta alternativa de respuesta de manera preferente. Puede aparecer la lucha también cuando algún compañero les deja en ridículo o cuando siente celos de otra persona.
La huida es la que aparece en aquellos niños en los que ante cualquier dificultad salen corriendo o desaparecen de la escena. Estos niños lo primero que hacen al entrar en un lugar desconocido o que genera poca confianza es investigar las salidas.
La parálisis es la menos perceptible de las 3 actuaciones. Muchas veces, puede pasar casi de manera inadvertida. Es lo que le sucede a los niños que parecen no haber reaccionado ante un suceso desagradable. Alguien les empuja o les deja en ridículo y su cara no expresa lo que ha sucedido. En los momentos en los que se les recrimina algo, se quedan sin palabras, no saben qué contestar, se olvidan de lo que iban a decir, etc.
La vida adulta nos enseña que la mejor manera de superar una situación desfavorable es afrontar el problema que tenemos delante e intentar solucionarlo. Para ello tenemos primero que aplacar de alguna manera estas reacciones defensivas innatas y adaptarlas a la problemática que tenemos delante. Antes de pedir a nuestro hijo o hija que sea «maduro» y afronte sus problemas, pensemos por un momento cómo superamos nosotros nuestro bloqueo, nuestras ganas de salir corriendo o de atacar al otro. Quizá así podamos ofrecerles alguna pista sobre cómo hacerlo.