¿Sabías que existe relación entre lo que comemos y nuestra salud mental?

Como seguramente habréis escuchado alguna vez, el intestino es nuestro segundo cerebro, ya que funciona de forma independiente y a su vez está conectado con el cerebro principal.

Es por ello que, si ocurre algún desequilibrio en la microbiota intestinal con su consecuente inflamación, nuestro organismo sufre una descompensación química que incluye la serotonina, dopamina y la noradrenalina, sustancias que  juegan un papel muy importante en el estado de ánimo.

¿Qué es lo que produce exactamente este desequilibrio en la microbiota y la inflamación del intestino?

  • Comer más cantidad de la cuenta
  • Alimentos ricos en grasas y/o carbohidratos simples (azúcares)
  • Alimentos ultraprocesados, es decir, preparaciones industriales a partir de otros alimentos como son las patatas fritas de bolsa, las golosinas, las chocolatinas, entre otros.
  • Comer muy poca/nada de fruta y verdura.

Este comportamiento repetido en el tiempo puede dar lugar a inflamación crónica del intestino y a un desequilibrio constante de las emociones. Como consecuencia de ello, puede llevar, junto a otros factores, al desarrollo de síntomas no adaptativos congruentes con trastornos del ánimo.

Dicha relación intestino-cerebro es bidireccional, es decir, los alimentos que consumimos pueden determinar nuestra salud mental, pero nuestra salud mental también puede determinar los alimentos que consumimos.

¿No te ha pasado alguna vez que te encontrabas triste y tenías ganas de comer algo dulce?

Esto se explica porque, como bien defiende Carlos Pérez en su libro Paleovida, existen cuatro recompensas que estimulan el bienestar físico y mental, que son:

  •         Comer
  •         Beber
  •         Movimiento
  •         Contacto físico, en el que se incluye el sexo.

 

Ahora bien, ¿qué pasa cuando falta alguna de estas recompensas naturales?

Cuanto esto ocurre, nuestro instinto opta por la búsqueda de recompensas artificiales fáciles de encontrar, como puede ser el consumo de comida procesada y azucarada, que el cuerpo realmente, en condiciones normales, no necesita. Por ello, en estado de nerviosismo o de tristeza se tienden a elegir alimentos dulces para hacer frente a la actitud negativa y elevar el estado de ánimo al instante (Pérez, 2012). Esto se produce porque el rápido aumento de glucosa en sangre que provocan estos alimentos, aumenta a su vez la secreción de insulina, que está directamente conectada con el circuito dopaminérgico, también conocido como circuito de recompensa. Se estimula entonces la dopamina que actúa generando sensación de placer en nuestro cerebro, y a su vez de adicción. Sin embargo, después de la subida llega la bajada, y como anteriormente, al comer ese dulce la persona se  ha sentido tan bien anímicamente y ha »calmado» un poco ese malestar (la dopamina ha subido), su cerebro le lleva a elegir otro alimento que  provoque ese mini estado de bienestar (otro subidón más). Y así se produce la entrada a un círculo vicioso que lo que hace es provocar adicción, engañar al cerebro y acentuar el malestar (Pérez, 2012).

 

Si conocemos cómo funciona el circuito de la recompensa tendremos más opciones de romper ese círculo vicioso que nos puede llevar a generar verdadera dependencia de determinados alimentos.

Por Carmen González

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