Redimensionar un problema

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Cada vez que nos enfrentamos a un problema, una situación conflictiva o algo que nos preocupa lo hacemos de manera diferente según en qué lugar coloquemos esa situación respecto a nosotros mismos. Puede ser algo que está dentro de nuestra zona de control y entonces, sin necesidad de nadie más, podré solucionarlo solo. Puede ser algo que no controlo pero está en nuestra zona de influencia y por tanto, con la ayuda de alguien -un mediador, un experto,..- podré gestionarlo. O puede ser algo que escapa totalmente a nuestra zona de control y por tanto, en este nivel, poco me queda salvo la aceptación. Dónde situemos cada cosa depende de nuestra capacidad para evaluar en qué zona está la situación a la que nos enfrentamos.

Igual que nosotros los adultos, nuestros hijos evalúan las situaciones a las que se enfrentan. De manera espontánea pueden colocar muchas de ellas en el sitio que les corresponde, pero todos nos podemos equivocar en determinadas situaciones. El hecho de no valorar acertadamente en qué zona se sitúa un conflicto puede llevarnos a un sufrimiento añadido e innecesario. Podemos confundir aceptación con resignación si pensamos que está fuera de nuestro control o podemos sobrecargarnos excesivamente con culpa si incluimos algo incontrolable en nuestra zona de control o influencia.

Los niños tienen una zona de control más pequeña que la de los adultos y en ocasiones, debido a su pensamiento mágico, tienden a extender su responsabilidad más allá de las zonas de control.

Podemos enseñar de una manera sencilla donde situar aquellas cosas que escapan a su control. Esto alivia culpas innecesarias y contribuye a su madurez.

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