Igual que nosotros los adultos, nuestros hijos evalúan las situaciones a las que se enfrentan. De manera espontánea pueden colocar muchas de ellas en el sitio que les corresponde, pero todos nos podemos equivocar en determinadas situaciones. El hecho de no valorar acertadamente en qué zona se sitúa un conflicto puede llevarnos a un sufrimiento añadido e innecesario. Podemos confundir aceptación con resignación si pensamos que está fuera de nuestro control o podemos sobrecargarnos excesivamente con culpa si incluimos algo incontrolable en nuestra zona de control o influencia.
Los niños tienen una zona de control más pequeña que la de los adultos y en ocasiones, debido a su pensamiento mágico, tienden a extender su responsabilidad más allá de las zonas de control.
Podemos enseñar de una manera sencilla donde situar aquellas cosas que escapan a su control. Esto alivia culpas innecesarias y contribuye a su madurez.