Mamá, eso me da susto

«Mamá, esto no me gusta», «Ana me ha pegado»… Seguro que tanto si tenemos hijos como si no, hemos tenido que intervenir en alguna situación donde un niño pequeño se ponía a llorar porque sus padres no estaban o dos niños no tan pequeños se pegaban y no hemos sabido qué hacer.

Lo cierto es que los niños tienen emociones y, al contrario de los adultos, no saben ni quieren ocultarlas. Ni siquiera saben nombrarlas o manejarlas. Somos los adultos: padres o educadores los que tenemos que intervenir. Pero… ¿cómo? ¿Cómo educar las emociones? No es una pregunta trivial. De hecho, los adultos nos damos cuenta que el manejo de las emociones es una de las cosas que más nos afecta en nuestro día a día: no sabemos qué hacer con un jefe díscolo o cómo llevarnos mejor con los colegas del trabajo para no pasarlo mal y los problemas de pareja son una de las causas principales de malestar. Por debajo de todas estas situaciones están nuestro amplio abanico de emociones y cómo nosotros nos manejamos con ellas.

La teoría nos dice que el hombre viene al mundo con un repertorio variado de emociones para aumentar las probabilidades de supervivencia: la alegría y felicidad nos atraen a situaciones que mejoran nuestra existencia; la tristeza nos hace guardar ese «luto» necesario para asimilar las nuevas situaciones cuando algo malo sucede; el enfado nos ayuda a defender aquello que es nuestro; la culpabilidad a corregir y enmendar posibles errores; el susto a mantenernos alerta ante una situación desconocida,… Sin embargo, socialmente hay emociones que están «mejor vistas» que otras y nos damos prisa para educar a nuestros pequeños y que aprendan a mostrar sólo determinadas emociones. Está bien que un niño dé un beso pero no que pegue o muerda. Queremos que comparta los juguetes en el parque con cualquier desconocido pero que sepa defenderse cuando sus compañeros de clase no le tratan bien. Sabemos que lo está pasando mal en los primeros días de la guardería o del colegio y no paramos de repetirle «no se llora por eso, que es una tontería».

Para poder enseñar o guiar a nuestros hijos en el conocimiento y manejo de las emociones, el primer paso es ponernos en su lugar. Hacer una reflexión sincera e intentar conectar con nosotros mismos y con cómo nos sentíamos cuando éramos pequeños. Seguro que en nuestra memoria guardamos algún recuerdo especialmente duro de cuando nuestro padre nos gritó por algo o nuestra madre se enfadó porque habíamos hecho algo que no le gustaba. De esos momentos podemos sacar buen material para entender por dónde están pasando nuestros pequeños ahora.

El siguiente paso, consiste en reconocer la emoción del niño y nombrarla. «Pequeño, sé que tienes miedo», «Entiendo que esto te asuste», «Es normal que tengas celos». Muchas veces nos angustiamos cuando nuestro hijo muestra conductas inapropiadas. Por ejemplo, cuando pega a otro niño en el parque. Y nuestra manera de abordarlo generalmente es dando un grito y culpando al niño por cómo se ha portado: «eres un pegón, así no te van a querer, ¡no se puede ser así de envidioso!, etc.» Y nos olvidamos de reconocerle públicamente que entendemos que no quiera compartir su moto o que es normal que tenga celos de su hermano pequeño.

A continuación, estaría bien dar una explicación de la situación. «Sé que estás enfadado pero no está bien hacer daño a los demás» «Entiendo que te duela y llores pero no puedes tirarte al suelo y gritar». Se trata de acoger y comprender su emoción pero mostrarle que no todas las reacciones son válidas. Como padres o educadores debe quedar claro que lo que censuramos es la conducta no la emoción. Las emociones NO se pueden evitar, forman parte de nuestro programa de adaptación al mundo. Lo que modulamos o educamos son las respuestas a las emociones. Porque no todas las respuestas se pueden permitir ya que a largo plazo pueden causarnos mayores problemas. Si cada vez que un niño le pide la bici a nuestro hijo éste dice que no la presta y sale corriendo enfadado, los demás niños tampoco compartirán sus cosas con él. Ahí es donde necesitan nuestro apoyo y tenemos que ayudarles.

Así pues, el último paso consistiría en dar una alternativa de acción. «Entiendo que te enfades cuando te dejan de lado pero si les das patadas no vas a solucionar nada. Diles que estás triste porque no han contado contigo». No es fácil encontrar una alternativa de acción adecuada a determinadas situaciones pero hay que entender que nuestro niño siente algo y tiene el impulso de actuar en respuesta a eso que siente. Negándole la posibilidad de actuar conseguimos que crea que lo que siente está mal y aprenderá a ocultar o negar sus emociones. En muchas ocasiones, simplemente le ayudamos reconociendo lo que siente y dándole un espacio de tiempo para que la emoción salga y se vaya.

1 comentario en «Mamá, eso me da susto»

  1. […] tenemos la sensación de que la educación emocional es básica en los niños para hacer frente a los retos de la vida y, sin embargo, no tiene hueco en […]

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