Los hombres y la crianza

El otro día tuvimos en la consulta a Javier de Domingo, psicólogo y padre para hablarnos de su movimiento #siloshombrehablasen. En su exposición, tocó muchos temas y nos quedaron ganas de compartir aún más pero hoy me gustaría poner el acento en la división de roles en la sociedad.

Y es que realmente sus palabras nos hicieron reflexionar sobre la postura tradicional de los hombres dentro de las familias. ¿Alguno de nosotros ha visto a nuestros padres llorar? ¿Cuántas veces hemos percibido su debilidad? ¿Qué espacio se le cede al hombre en el cuidado de los hijos? ¿Cómo educamos a niños y niñas para que desempeñen determinados roles sociales?

Lo cierto es que la sociedad ha cambiado y genéticamente seguimos diseñados como lo estábamos en la prehistoria. Como sociedad hemos conseguido superar muchas cosas: nos hemos vuelto más civilizados en algunos sentidos. Sin embargo, seguimos comportándonos como cavernícolas en cuanto a la división de roles entre hombres y mujeres.

Parece que el hombre sigue siendo el que tiene que salir a cazar un mamut mientras que la mujer es aquella que se queda en la cueva cuidando de la descendencia. Actualmente no resulta necesaria esta división y, sin embargo, seguimos educando a los niños para que sean fuertes, no lloren y valoramos su capacidad de mostrarse agresivos con otros niños. Las niñas por su lado, preferimos que sean refinadas, que no se ensucien la ropa al jugar, que se muestren sensibles y cariñosas.

Los cambios sociales se producen de manera más lenta que los individuales así que en muchos momentos la sociedad resulta un rodillo de normas y tradiciones que aplasta las iniciativas individuales. Los niños y niñas de hoy se rebelan contra todo lo establecido. Cuantas veces recibimos en consulta a padres que se quejan de que sus hijos no aceptan los convencionalismos tradicionales: los niños de ahora no quieren obedecer y seguir un esquema tradicional de estudiar-aprobar-conseguir un buen puesto de trabajo y formar una familia. Los niños de ahora no quieren ser como los de antes… Y la pregunta es: ¿les deberíamos forzar a aceptar algo a lo que todo sus ser se resiste? ¿de verdad no hay otra manera de hacer las cosas? ¿seguir un esquema tradicional es el único camino de ser feliz?

Para algunos, la respuesta es clara: NO. Pero cambiar el sistema da miedo, sobre todo, si son nuestros hijos los que deben experimentar con las nuevas formas. Habrá que armarse de valor porque no parece que el cambio se vaya a detener.

 

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