La «mochila» de los niños adoptados

Por Ainhoa Uribe

El otro día asistí al I Congreso El Interés Superior del Niño sobre acogimiento y  adopción cuya finalidad era hacer entrever la importancia del bienestar del niño como un derecho fundamental en la infancia a la hora de tomar decisiones sobre aquellos niños en situación de desprotección.

En él se habló de multitud de aspectos relacionados con los niños: beneficios de acogimiento familiar frente al residencial, la mejora de prácticas en cuanto a temas de adopción, los errores administrativos que se han podido cometer, la dificultad de nacionalizar a menores inmigrantes no acompañados, el coste económico que supone el acogimiento para la administración, etc.

Entre todas las ponencias, hubo una que me gustó especialmente: la de Jesús Palacios catedrático de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla.

Su intervención hablaba sobre desarrollo evolutivo del niño en relación al acogimiento y adopción. Evidentemente el desarrollo evolutivo del niño desde que nace es un tema extenso y daría para hablar durante muchas horas. Pero lo cierto es que el conocimiento que tenemos de dicho desarrollo evolutivo debería ser fundamental a la hora de tomar decisiones, dictar sentencias o promulgar cambios legislativos que afecten a la infancia. Sobre todo, si se pretende hacerlo por el bien superior del niño.

Toda su charla fue una maravilla pero me gustaron especialmente dos cosas:

  • la exposición clara y concisa que hizo sobre la importancia de los genes y el ambiente en el desarrollo de un niño. Muchas veces nos empeñamos en hablar del peso de los factores genéticos asociados a determinados problemas. Él expuso el caso de la esquizofrenia pero, de la misma manera, podríamos aplicarlo a, por ejemplo, el TDAH tan de moda en niños adoptados o en acogimiento. Y, por el contrario, nos olvidamos de los factores protectores ambientales: tener la oportunidad de crecer en una familia estable y estructurada es uno de ellos. Para exponer este punto, se habló de los genes expectantes como aquellos que no determinan un rasgo cerrado sino que llevan consigo una predisposición y esperan para expresarse a ver qué ofrece el ambiente. Los rasgos o las características psicológicas quedarían definidos por este tipo de genes.

 

  • El segundo matiz que me gustó mucho fue cómo se habló del apego. La relación de apego genera dos cosas: conductas de apego y representaciones internas de apego. Las conductas de apego son la forma en la que un niño se comporta con una persona y es moldeable y adaptable en función a lo que recibe de esa persona. Las representaciones internas de apego se sitúan en una capa más profunda, probablemente relacionadas con el desarrollo del sistema límbico y hacen relación a las expectativas generales que tiene un niño sobre la benevolencia en el trato que va a recibir o la confianza en sus propias capacidades. Este aspecto del apego cambia más lentamente.

Así un niño que sufre una situación de rechazo o abandono puede tener la oportunidad de mejorar su calidad de vida en una familia adoptiva o de acogida si esta es una familia estructurada, reparadora que le brinda la oportunidad de crear un vínculo afectivo sano y estable. En cuanto el niño se sienta bien tratado, probablemente sus conductas de apego mejorarán: aprenderá a responder bien, a ser cariñoso o respetuoso pero la noción interna de que el mundo es un lugar seguro, amable y que se puede confiar en las relaciones humanas es algo más estructural e interno que tardará muchos años en cambiar y que probablemente le haga resultar brusco, desconfiado, temeroso o ingrato con sus respuestas a determinadas situaciones que supongan un reto o una adaptación a algo nuevo. Aquí es donde las familias adoptivas o de acogida soportan un plus de apoyo y paciencia.

Como bien dijo una mamá tras la intervención: «entonces, ¿la mochila de la que siempre se habla que llevan los niños adoptados no es una mochila de quita y pon sino algo más interno, no?»

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