Se ha hablado mucho sobre lo delicada que es la etapa infantil, que el desarrollo emocional que se produce en esta época marca nuestra personalidad y, por tanto, el tipo de personas que seremos. Desde la psicología evolutiva se le da mucha importancia y todas las teorías sobre el desarrollo de la personalidad (con variaciones entre ellas) otorgan a la infancia un papel fundamental que nos marca y cuya huella se mantendrá durante el resto de nuestra vida. Asimismo, el hecho de desarrollar buenos lazos afectivos con personas importantes que aseguren nuestra supervivencia como seres humanos es la piedra angular de esta etapa.
Uno de los casos donde mayor dificultad puede presentarse a este respecto es cuando no hay figuras de apego para el niño (niños huérfanos) o cuando las figuras de apego no tienen capacidad suficiente para asegurar la supervivencia de los pequeños (padres con custodias retiradas por malos tratos, negligencia, etc.) Aquí es donde empiezan a entrar en acción otras modalidades de familias: instituciones que se hacen cargo de los niños, familia extensa de los mismos u otras familias que deciden adoptar o acoger a estos niños.
Siempre se ha mirado con recelo estos modelos familiares donde se presupone, por las propias circunstancias, que los vínculos afectivos que se puedan establecer no son lo suficientemente seguros o estables como para garantizar que los niños lleguen a adultos sin problemas de tipo psicológico o psiquiátrico. La época de la adolescencia, difícil en muchos niños de por sí, es el punto álgido donde suelen aflorar muchos sentimientos y situaciones infantiles no resueltas.
A este respecto, se acaba de publicar un estudio en Psicothema* realizado por la Universidad de Málaga con resultados sorprendentes que puede hacer que nos planteemos a nivel social la concepción que tenemos de los adolescentes adoptados, en acogimiento o institucionalizados.
Según los resultados presentados, la mayoría de los adolescentes en régimen de acogimiento preadoptivo, en acogimiento residencial o tutelados por familia extensa (abuelos) fueron evaluados en problemas de conducta y presentaron puntuaciones dentro del rango de la normalidad. Es decir, no daban muestras de tener más problemas conductuales que otros adolescentes provenientes de familias normalizadas. Otro hallazgo del estudio está en relación al porcentaje de adolescentes evaluados que se podrían incluir en el rango clínico de la escala de medida utilizada. En los resultados de la muestra española se observa un menor porcentaje de adolescentes con psicopatología que los datos aportados por otros estudios realizados en países de la Unión Europea. Incluso si se suman los adolescentes que muestran psicopatología con aquellos que están en el rango límite, el porcentaje sigue siendo menor que el de los estudios previos.
Por último, este es el primer estudio que distingue entre los niños bajo distintos tipos de acogimiento. Y aquí sí los resultados coinciden con la idea que socialmente tenemos de los niños bajo distintas medidas de protección. Los adolescentes que mostraron un nivel más elevado de psicopatología son los que se encontraban en acogimiento residencial, seguidos por aquellos que conviven con la familia extensa y, en último lugar, con menor índice de patología, los niños en régimen preadoptivo que conviven con familias normalizadas. Además, el tipo de problemas conductuales presentados con mayor frecuencia por los adolescentes de residencia son de tipo externalizante: conducta delincuente y agresiva, mientras que el tipo de problemas mostrado por los que se encuentran en acogimiento con sus abuelos son de tipo internalizante: aislamiento y ansiedad.
Así pues, estos datos pueden contribuir a que cambiemos la concepción que socialmente tenemos de los niños institucionalizados así como nuestras expectativas sobre los potenciales problemas que puedan presentar los niños en acogimiento o adoptados.
* Psicothema 2011. Vol 23, nº1, pp 1-6.