Por Virginia Miramón.
En los últimos tiempos, en el ámbito de la educación han ido sonando cada vez con más fuerza nuevos términos como “centro de integración”, “escuela inclusiva”,… pero ¿a qué se refieren en concreto? ¿Son exactamente lo mismo? A través de estas líneas, más allá de realizar una disertación filosófica sobre tales conceptos, trataremos de aclararlos y delimitarlos de una manera breve y sencilla.
Integración vs Inclusión
Para intentar explicarlos, vamos a recurrir a una simple anécdota. Imaginemos que, una noche, decidimos organizar en casa una reunión con amigos a los que hace mucho tiempo que no vemos. Deseamos que todo salga perfecto: preparar unas deliciosas viandas, que todo el mundo se sienta cómodo y contento,… Pero, de repente, recordamos que uno de estos amigos es alérgico a ciertos alimentos. La cosa se complica: ¿Qué hacemos? ¿Cocinamos un plato especial para él solo? ¿O cambiamos el menú que teníamos pensado, de forma que todos podamos comer de todos los platos? ¿En cuál de estas dos situaciones pensamos que nuestro amigo se sentiría mejor?
Una tercera opción sería anular la invitación a este amigo, así se resolvería nuestro problema y podríamos continuar con los planes iniciales. Esto es lo que haría la escuela selectiva: aquella que sólo admite a los alumnos que pueden comer un menú preparado de antemano: un currículum prefijado. Es la que selecciona a su alumnado en función de sus características.
Recordemos que el currículo establece qué, cómo y cuándo enseñar y qué, cómo y cuándo evaluar.
Por su parte, la escuela de integración sería la que prepara un menú especial o diferente para los alumnos con necesidades especiales, como tendría nuestro invitado. En este caso, su objetivo es buscar la normalización de la vida de estos alumnos, que son los que tienen que adaptarse al sistema integrándose en él. El menú especial que elabora el centro son las adaptaciones curriculares, que implican algún cambio en el currículum común para facilitar el aprendizaje de estos estudiantes de forma individualizada.
En último lugar, la escuela inclusiva es aquella que adecúa el menú general para que todo el mundo pueda comer de él. Se basa en la aceptación de la diversidad de la especie humana, entendiendo las diferencias en términos de normalidad: lo normal es que todos seamos diferentes. Al contrario que la escuela anterior, la inclusión implica la adaptación del sistema para responder adecuadamente a las necesidades particulares de todos y cada uno de sus alumnos, no únicamente de aquellos etiquetados como “con necesidades educativas especiales”. Se trata de una escuela para todos y todas en la que el currículo preparado permita dotar a los alumnos de habilidades para desenvolverse con éxito en la vida social, no sólo escolar, convirtiéndose así en la mediadora para la inclusión educativa y social en la comunidad de todo el alumnado.
Largo camino por recorrer
Desde un punto de vista personal, la escuela inclusiva es el ideal al que nuestro sistema educativo debería aspirar, pero la realidad es muy distinta y las dificultades muy abundantes. Requeriría un cambio muy profundo en muchos ámbitos que tal vez no se pueda o no se desea afrontar. La filosofía actual reinante es la integradora. Pero, aunque ha sido mucho ya el camino recorrido, debemos continuar peleando y luchando por aquello en lo que creemos firmemente. Nuestra escuela debe estar basada en una política de igualdad: de igualdad de oportunidades. Ello no significa que todos deban ser tratados igual, como si no fueran diferentes, sino ser tratados igual de bien, en función de sus características y necesidades particulares. No hay que olvidar que todos tenemos el mismo derecho a recibir una educación de calidad.