El crítico interno.

En muchas ocasiones, nos sentimos mal y no conseguimos avanzar en nuestros propósitos porque surge dentro de mi una voz que me dice cosas como: «no puedo», «no valgo», «soy tonto». Es lo que llamamo el crítico interno pero para entender cómo se forma, debemos saber que todos en nuestro interior llevamos a cabo un diálogo interno.

¿Qué es el diálogo interno?

Se trata de la forma en la que hablamos con nosotros mismos. Para algunas personas sería un monólogo constante que comenta todo aquello que hacen, mientras para otras únicamente aparece en momentos específicos.

El diálogo interno puede ser alegre y de apoyo, con mensajes que se centran en cómo podemos prosperar y que nos proporcionan motivación para alcanzar objetivos. Conduce a ampliar nuestra visión de las circunstancias que nos rodean y buscar oportunidades. Reconoce y aborda directamente nuestras dudas y temores, promoviendo nuestro bienestar, felicidad y éxito. Consigue calmar temores y refuerza la confianza.

No obstante, este discurso también puede ser negativo, contraproducente y muy dañino hacia uno mismo, con afirmaciones como: “¿cómo has sido capaz de decir semejante tontería?”, “soy torpe”, “soy un desastre”, “ni te atrevas a intentar eso otro, eres un@ inútil en esos temas”, “siempre me equivoco”, “soy débil”, etc. Este diálogo puede pasar desapercibido porque funciona en modo semiautomático, como una música de fondo. Cuando este tipo de mensajes se instalan y repiten con gran frecuencia, el autoconcepto de la persona se verá dañado y con él su autoestima. Por ello es importante aprender a detectarlos y, poco a poco, ir creando un discurso alternativo más amable y realista.

Todo empezó aquel día gris

en que dejaste de decir orgulloso:

“¡YO SOY!”.

Y, entre avergonzado y temeroso,

bajaste la cabeza

cambiaste tus palabras y actitudes

por un pensamiento:

“YO DEBERÍA SER…”

Jorge Bucay “Déjame que te cuente”

¿Cuándo aparece?

Nuestro modo de hablarnos comienza a construirse en la infancia en base a las conclusiones que sacamos de nuestras experiencias, cómo las afrontamos, nuestras relaciones con los demás y de los mensajes explícitos e implícitos que recibimos. Serán especialmente relevantes los mensajes que recibamos de nuestros padres o cuidadores, como figuras de apego y referencia que son.

Determinados padres o cuidadores ponen gran énfasis en el reproche, la preocupación, el silencio como forma de castigo, el chantaje emocional o no aceptan los errores que comete el niño como parte natural e inevitable de su aprendizaje y, en su lugar, toman los fallos como inaceptables. Sin quererlo o pretenderlo, contribuyen a que el menor crezca con la idea de que fallar genera rechazo y desprecio en sus seres queridos. Con ello, cuando se equivoque, muy probablemente, le surgirá un gran remordimiento, culpa, y con el paso del tiempo, un crítico interno cada vez más fuerte y exigente.

Estrategias para combatir la voz crítica

En primer lugar, resulta importante diferenciar cuándo nos encontramos ante un pensamiento razonable y cuándo se trata de un pensamiento distorsionado o no razonable.

El crítico interno busca protegernos de rechazos, sufrimiento, humillaciones y vergüenza. Se trata de una señal de alarma que, una vez que valoramos y reconocemos, puede calmarse. Algunas estrategias que nos pueden ayudar a reducir su impacto son:

  • Atención al momento presente. Cuando el diálogo interno se centra en el momento presente y sus oportunidades, en lugar de experiencias pasadas, nos ayuda de manera más efectiva a alcanzar nuestras metas.
  • Hablar en segunda persona. Podría ayudarnos hablarnos en segunda persona asumiendo, por ejemplo, el papel de ese amigo/a que desea lo mejor para nosotros y que, al mismo tiempo, siempre está atento/a para corregir nuestros discursos mentales. Podría decirnos, por ejemplo: “entiendo que estés angustiado/a, recuerda que tienes recursos para superar esto. Ya lo has hecho otras veces, por eso confía en ti. Mereces lo mejor, eres fuerte, inténtalo”.
  • Discusión cognitiva. Detectar los pensamientos distorsionados, por ejemplo “siempre lo hago mal”, ponerlos a prueba y buscar otras interpretaciones posibles.
  • Reconvertir pensamientos negativos. En lugar de luchar contra lo que pensamos, buscar un pensamiento que me ayude más.
  • Reflexión junto al niño que fuimos. Podemos buscar una foto en la que tuviésemos 6 o 7 años y preguntarnos si lo que nos decimos ayuda a ese niño/a a esforzarse y relacionarse adecuadamente o, por el contrario, le hace sentirse inseguro/a e incapaz.
Por Claudia Fernández Hernández

Deja un comentario