¿Cómo hablar sobre la muerte a los niños?

Gran parte del pensamiento de los niños está plagado de fantasía. Toda esta fantasía no se opone a la razón, pero cuando el niño siente que pasa algo que no le están explicando, su rutina cambia, su entorno cambia, siente sufrimiento etc, al no contar con experiencia ni aprendizaje alguno sobre esta nueva vivencia le asalta una confusión que tenderá a darle contenido a través de la fantasía, pedazos de conversaciones e ideas distorsionadas.

Normalmente esa fantasía está relacionada con temor a la separación y al abandono y suele manifestarse a través de preguntas, miedos, terrores nocturnos y llamadas de atención dirigidas a satisfacer las necesidades de seguridad.

Por eso es tan importante preparar a nuestros hijos para momentos de duelo, estos no tienen porqué ser necesariamente el fallecimiento de un ser querido, en su vida se enfrentan a momentos como la separación de un amigo, un ingreso hospitalario o la muerte de una mascota.

Para preparar a nuestros niños para el duelo, lo principal es adaptarnos a su momento evolutivo y saber qué capacidad de comprensión puede alcanzar según su edad:

En la primera etapa de 0 a 2/3 años no hay pensamiento, solo percepciones y acciones motrices. No saben lo que es la muerte pero sí percibirán la ausencia, el cambio de ritmos, si hay cuidadores nuevos, etc. Los niños muy pequeños viven el duelo al percibir ruptura y ausencia por eso hay que intentar no interferir demasiado en su rutina.

De 2/3 a los 6 años la inteligencia de los niños es intuitiva y modulada por el lenguaje. Al comienzo de esta etapa, el pensamiento mágico les llevará a pensar que la muerte no es definitiva, que las personas aunque mueran pueden hablar, ver, volver. Según crece se impone la realidad cada vez más a la fantasía, entre los 5 y los 6 años es cuando suele aparecer el miedo a la muerte como tal, para que los niños puedan entenderla tienen que haber desarrollado primero la representación de sí mismo y haber superado la etapa del animismo, en la que creen que todo tiene vida.

Entre los 6 ó 7 y los 11/12 años el pensamiento es concreto, los niños muestran gran deseo de saber, por eso harán preguntas detalladas. Siguen desarrollando la socialización, la autonomía, la tolerancia a la frustración y el auto concepto, trabajar para ello favorecerá su seguridad a la hora de enfrentar un duelo. Los más mayores dentro de esta etapa desarrollan un fuerte sentido de la justicia, por lo que en situación de duelo se enfadarán y enfrentarán a aquello que consideren causa del mismo. Sus miedos cambian y se suelen centrar en miedos a lo físico, a que sus padres se separen, miedos sociales referentes al rechazo e incluso miedo empático por lo malo que les puede pasar a los demás. Por último, aparece el miedo a la propia muerte. Al principio de esta etapa, los niños ven la muerte como algo lejano, aunque aceptan que es algo irreversible y con el tiempo aceptan que todos morimos (sobre los 8 o los 9 años).

No es hasta la adolescencia que aparece la capacidad de abstracción, el pensamiento conceptual y el dominio del lenguaje. En esta etapa los sentimientos de los niños hacia la muerte son más profundos, desde el miedo y la angustia hasta la tristeza de la soledad o la negación y la culpa.

Esta clasificación no es algo cerrado dadas las diferencias individuales en cuanto al desarrollo y la capacidad intelectual de los niños. Influyen también en la concepción de la muerte las características personales del niño, su estabilidad emocional, la seguridad que perciba en su ambiente, su dependencia-independencia de los adultos, etc. Y, por supuesto, la manera en que la familia aborde la enfermedad y la muerte. Algunas de las actitudes que favorecen la comprensión y expresión de sentimientos relacionados con la muerte son:

  • Expresar emociones en familia desarrolla la empatía y la conciencia y expresión de las propias emociones.
  • Escuchar a los niños sin interrumpir e intentar comprenderles ayuda a mejorar la autoestima y la seguridad. La narrativa de lo sucedido calma y ayuda a entender qué ha pasado.
  • Reconocer los propios errores ajusta al niño a la realidad y previene de los daños por sentimientos de culpa.
  • Gestionar las dificultades de la vida contando con el niño como un miembro más de la familia le hará sentirse partícipe de lo sucedido y poder responsabilizarse de los cambios que surgirán.
  • Responder a sus preguntas, incluso si no sabemos la respuesta, sin mentirles. Admitir con humildad que no tenemos respuesta a todo y contarles lo que como adultos creemos en relación a la muerte (ajustándose siempre a su momento madurativo).
  • Ayudarles a enfrentar las situaciones difíciles acompañándoles y transmitiéndoles cariño y seguridad.

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