Esta mañana mientras esperaba con mi hijo pequeño en la consulta del pediatra, observaba a un hombre que estaba con su hija también esperando. Parecía que él tenía prisa: miraba su reloj constantemente, movía la pierna con inquietud y no paraba de resoplar. La niña, que no tendría más de ¿4? años, estaba tranquila en la silla de al lado pero con la cabeza apoyada sobre las piernas de su padre. Parecía que disfrutaba de ese pequeño rato junto a él, aprovechando que él no estaba trabajando, ella no estaba en el colegio y, según creí escuchar, no estaba presente su hermano mayor.
En un momento dado, el padre ya no podía más con su nerviosismo ante la espera y ha empezado a inquirir a la niña distintas cuestiones. «A ver, que ya tienes edad para sentarte bien, ¿por qué no te sientas bien en la silla?» «¿Por qué no vas a jugar con los bloques que hay ahí?» «Pero…haz una torre más alta» «El otro día que vino tu hermano hizo una más alta» «Y ¿por qué no lo recoges? Anda, vete y recógelo que ya eres mayor» «Ven a sentarte aquí que ya nos va a tocar dentro de poco».