Usar el chupete: ¿es bueno o malo?

Una mamá hecha un lío.

Hola lectores blogueros. Me presento: No soy pediatra. No soy psicóloga. No soy odontóloga. No soy experta en puericultura. Tan sólo soy una madre hecha un lío por culpa del chupete de los niños. Si no lo usa, se llevará el pulgar a la boca todo el día. Si lo usa, le saldrán los dientes torcidos. Si no lo usa, llorará más y dormirá peor. Si lo usa, tardará en hablar y sonreirá menos. Éstas son sólo algunas de las frases que se pueden escuchar sobre las bondades (o no) del chupete. Ese mágico instrumento de látex o silicona con forma de pezón que reduce la ansiedad de los más pequeños. Según el profesional al que se consulte, dirá una cosa u otra, incluso los del mismo gremio no se ponen de acuerdo.

Por lo que yo he leído, parece que hay evidencias tanto a favor como en contra de las siguientes afirmaciones:

El chupete es un factor de protección contra la muerte súbita del lactante.

 

El chupete interfiere en la instauración y prolongación de la lactancia materna.

Decisión complicada para las madres cuyo deseo es amamantar a sus hijos.

Mi hijo mayor, Pedro, nunca supo lo que era llevarse un chupete a la boca hasta que un día al volver de paseo con su abuela descubrí uno en el capazo, tenía cuatro meses. Es cierto que, por aquella época, comenzaba a llevarse mucho  los puños a la boca. ¿Hambre?, ¿ansiedad?, ¿un mero juego?, ¿explorar algo que ha descubierto? No lo sé. El caso es que si no le hacía mal por qué no usarlo. Con el tiempo este pequeño artilugio comenzó a obrar maravillas a la hora de irse a la cama. Fantástico. Cuando empezó a ir a la guardería, lo metimos en su mochila por “si a caso” era útil para tranquilizarle. ¡Cómo no! Y así poco a poco, algo que comenzó siendo puntual y pasajero se convirtió en usual y permanente. El drama llegó cuando con 28 meses lo perdí en un aeropuerto y no pude reponerlo porque donde yo vivía, un país en vías de desarrollo, no saben lo que son los chupetes. Lo más difícil fue aprender a dormir sin él. Dígale usted a un fumador que de la noche a la mañana lo deje, sin sufrir síndrome de abstinencia ni modificar conductas.

Fue duro. Así que con mi segundo hijo decidimos no tener chupete. Hace unos meses, en una revisión del pediatra, le contamos la historia y aplaudió que Pedro ya no usara chupete pues “entre los 30-36 meses es aconsejable que dejen de utilizarlo”; cuando le fue a poner las vacunas a nuestro segundo hijo de 3 meses lo primero que me pidió fue que le pusiera el chupete y se escandalizó de que no lo llevara. Me pareció cruel: dejar que  los niños se habitúen a algo que les ayuda en momentos difíciles para luego quitárselo y que tengan que aprender de nuevo cómo afrontar esas situaciones y emociones.

En inglés chupete se corresponde con la palabra “pacifier”, se me viene inmediatamente a la cabeza la imagen de algo que apacigua, un objeto que calma y tranquiliza. Pero es que además, los expertos han demostrado el efecto analgésico de los chupetes: «calma el llanto del bebé, ayuda a conciliar el sueño y reduce el estrés y el dolor en procedimientos desagradables». ¿Y las nanas?, ¿las caricias?, ¿los besos?, ¿la suave voz de mamá o papá?, ¿succionar el pecho?

Recientemente, en una reunión de trabajo, pude observar a un cuarentón de muy buen ver cuya imagen dejaba de ser apetecible cada vez que se mordía las uñas; ese mismo día en el autobús  una veinteañera devoraba con avidez un bolígrafo mientras releía unos apuntes. ¿Usaron chupete de pequeños?, ¿tuvieron problemas para quitárselo? O Justamente todo lo contrario, ¿aplacan así su ansiedad porque de pequeños no les dejaron saciar su necesidad  de chupar?

Si alguien quiere saber más, recomiendo el artículo “Uso del chupete y lactancia materna” publicado en Anales de Pediatría en Abril de 2011.

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