La resiliencia es un término que proviene de la física donde se refiere a la capacidad de un cuerpo para recuperar su estado original cuando cesa el esfuerzo que ha causado deformación sobre él.
Hace ya tiempo que la psicología adoptó este término para hacer referencia a la capacidad de recuperación emocional de las personas para sobreponerse a los imprevistos y las adversidades.
Sin embargo, hay algunas ligeras diferencias que son importantes señalar para entender cómo funciona la mente humana. Por un lado, en física se hace referencia a la capacidad de un cuerpo de recuperar su forma original. La mente humana, al contrario, consigue sobreponerse a las experiencias negativas aprendiendo de ellas o adoptando una nueva manera de relacionarse con los sucesos.
Si no se aprende de las experiencias es mucho más probable que volvamos a repetir o caer de nuevo en el mismo error. Así pues una característica muy positiva de una persona resiliente es no volver al estado original como tal. Conseguiría, más bien, recuperar su bienestar incorporando aquello que ha sucedido como una experiencia de la que extraer una enseñanza.
Otra característica de las personas resilientes es que ante circunstancias que resultan incambiables, consiguen encontrar una nueva forma de relacionarse con aquello que no les suponga malestar. Es decir, hay ocasiones en que la presión externa (el estrés, los acontecimientos, etc) no cesan. En estos casos, la persona debe encontrar una nueva manera de interpretar los acontecimientos que no le haga sufrir. Y aquí más que cambiar las condiciones externas, lo que varía es la perspectiva con la que internamente interpretamos lo que nos está pasando.
Según Edith Henderson Grotberg, autora conocida por sus teorías y publicaciones sobre la resiliencia, no es algo con lo que uno nace o no. Se puede aprender y trasmitir. Muchas veces en terapia, el trabajo de los psicólogos es ayudar a la persona que tenemos delante a adquirir determinadas habilidades que fomenten su resiliencia.
Ella misma describe los factores básicos sobre los que construir la resiliencia y es lo que llama: Yo tengo, yo soy, yo puedo. Para ser resiliente no hace falta tener los 3 factores, pero tener sólo uno de ellos tampoco asegura su desarrollo.
Yo tengo
Una persona que está rodeada de factores externos positivos que le ayudan, evidentemente tiene más probabilidades de ser resiliente.
Tener salud, apoyo familiar, recursos económicos, alguien que se preocupa por nosotros. Es decir, las circunstancias externas ayudan que rodean al sujeto pueden ser de gran ayuda pero no de manera aislada.
Yo soy
Este aspecto se refiere a las características innatas de la persona en cuestión. Ser tranquila, confiada, optimista, con un buen nivel de autoestima…. ayuda a ser resiliente. Estas características vienen condicionadas a su vez por la mezcla de dos factores: el temperamento innato con el que llegamos a este mundo y las experiencias tempranas (traumáticas o protectoras, el vínculo creado con los cuidadores, etc) vividas.
Yo puedo
Esta parte, la más accesible en la intervención, se refiere a todas aquellas habilidades interpersonales adquiridas a lo largo de nuestros años de vida. Habilidades sociales, empatía, resolución de conflictos, perseverancia, tolerancia a la frustración, etc.
Para los profesionales de la ayuda es fundamental conocer que la resiliencia se puede desarrollar y cuáles son los pilares en los que se basa. A la hora de intervenir con otra persona es muy importante conocer cuál de estos factores (yo tengo, yo soy, yo puedo) es más potente o más carencial para poder introducirlo o hacerlo crecer.