El término puede sonar exagerado y no se trata de una enfermedad incluída en ninguna clasificación diagnóstica, al menos, de momento. Sin embargo, el autor de esta etiqueta se ha hecho famoso. Richar Louv es periodista y autor de varios libros. En ellos habla de la necesidad de los niños de tener contacto con la naturaleza para poder crecer de manera sana y equilibrada.
Trastornos infantiles tan frecuentes ahora mismo como el TDAH, ansiedad o estrés quedarían explicados por una falta de contacto con la naturaleza.
Es cierto que actualmente la mayoría de los niños nacen en ciudades donde cada vez existen menos espacios verdes. Los niños juegan poco en la calle y sustituyen, en el mejor de los casos, sus horas de ocio al aire libre por tiempo frente al televisor o tabletas jugando a juegos que aunque hacen trabajar su mente no desarrollan todos sus sentidos. Las nuevas tecnologías suponen una estimulación eminentemente visual y donde no hace falta más que mover el dedo pulgar, a lo sumo, los brazos.
Cuando llegan los fines de semana, se hacen pocas salidas al campo. Más bien bien se emplean en organizar la casa, comprar, visitas a la familia y fiestas o eventos sociales. Poco a poco, sin darnos cuenta, privamos a los niños de lo fundamental: el conocimiento del planeta en el que viven.
Ya hemos comentado en muchos artículos cómo la fisiología humana está desarrollada para evolucionar y desarrollarse a partir del movimiento. Nuestros sentidos nos conectan al mundo y el movimiento nos permite investigarlo e interactuar con él, lo que hará que nuestra mente se desarrolle. Si borramos el contacto con lo natural, perderemos la compresión de los fenómenos naturales desde la propia experiencia. Nos faltará la materia prima, el estímulo de entrada que activará nuestro desarrollo.
Muchas escuelas ya son conscientes de la importancia del elemento natural y están realizando cambios en sus esquemas para alimentar el conocimiento de los niños desde el trabajo en los bosques, prados o playas.
