Uno de los temas que más dudas, inquietudes y, a veces, culpa genera en madres, padres y cuidadores, es el de los límites. ¿Estoy siendo demasiado estricto? ¿Y si soy demasiado flexible? ¿Cómo saber si lo estoy haciendo bien?
Es importante pararse a pensar y encuadrar los límites en la infancia, ya que educar a un niño o una niña no es tarea sencilla. Siempre hay que tratar de hacerlo desde el respeto, la contención y el vínculo positivo.
¿Qué son los límites?
Los límites son normas claras y coherentes que marcan lo que está permitido y lo que no. No se trata de castigos ni de autoritarismo, sino de estructuras que ayudan a los niños a sentirse seguros, comprendidos y acompañados. Son como las barandillas de un puente: no restringen el camino, sino que lo hacen más seguro. Los límites son esenciales para un desarrollo emocional saludable, ya que les ayuda a orientarse, desarrollarse y vincularse con su entorno.
¿Por qué son tan importantes?
- Proporcionan seguridad emocional: Cuando un niño sabe qué se espera de él y conoce las consecuencias de sus acciones, se siente más tranquilo y confiado. La ambigüedad o la falta de reglas genera ansiedad y confusión.
- Favorecen la autorregulación: A través de los límites, los niños aprenden a: manejar sus emociones, impulsos, a tolerar la frustración, a esperar, a compartir, a respetar los tiempos y espacios de los demás. Estas habilidades son fundamentales para la vida en sociedad.
- Fomentan el respeto y la empatía: Los límites enseñan a reconocer que no todo gira en torno a uno mismo. Al aprender a respetar normas, también aprenden a respetar a los otros. Les enseñan valores como la empatía, el respeto por uno mismo y por los demás y la responsabilidad.
- Preparan para el mundo real: Vivimos en un entorno con reglas, desde normas de convivencia hasta leyes. Un niño que ha crecido con límites claros estará mejor preparado para adaptarse, tomar decisiones y desenvolverse en distintos contextos.
¿Cómo poner límites de forma saludable?
● Con amor y firmeza: La firmeza no está reñida con el cariño. Podemos decir «no» desde el amor y el respeto. Lo importante es mantener la coherencia. Podemos decirlo con ternura, empatizando con la emoción del niño, pero sin ceder.
“Sé que querías quedarte más tiempo en el parque y te enojas por irnos, lo entiendo. Pero es hora de irse a casa a ducharse y cenar”.
● Explícales el porqué: Cuando los niños comprenden la razón de una norma, les resulta más fácil cumplirla y aceptarla. Además se fomenta el pensamiento crítico.
“No puedes correr en la cocina porque es peligroso y te puedes hacer daño”
● Adapta los límites a su edad: Las reglas deben ser comprensibles y adecuadas al nivel de desarrollo del niño o niña. No se le puede pedir lo mismo a un niño de 5 años que a un adolescente de 14. Los límites han de ser realistas, alcanzables y acordes a la etapa.
● Cumplir con lo que dices: Si se establecen consecuencias, deben cumplirse. De lo contrario, el mensaje pierde fuerza y credibilidad. Hay que tener en cuenta la coherencia y constancia de los límites, deben ser sostenidos en el tiempo para que funcionen.
● Dar ejemplo: Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Si queremos que respeten, debemos ser modelos de respeto.
Límites ≠ Castigos.
Es importante diferenciar entre límites y castigos. Mientras los castigos suelen generar miedo y obediencia momentánea, los límites bien puestos educan, enseñan y conectan emocionalmente. Hay que tratar de promover una crianza respetuosa donde los límites son parte de un vínculo seguro y amoroso.
Poner límites no es ser un mal padre/madre o cuidador, ni ser autoritario, es ser responsable, enseñar y acompañar. No es reprimir, es cuidar. Los niños y niñas necesitan saber que hay un adulto que los guía y los sostiene, que les dice “sí” cuando es posible y “no” cuando es necesario.
Los límites no encierran sino que sostienen y acompañan el crecimiento.
Por Laura Rodríguez González