Las rabietas, ¿por qué aparecen y cómo manejarlas?

Antes de hablar directamente de rabietas, es importante comprender el papel de las emociones. Las emociones no son un “error del sistema”, al contrario, son parte esencial de nuestra evolución como especie. Son mecanismos adaptativos que nos ayudan a responder mejor a nuestro entorno. La emoción se desencadena por un suceso externo y nos proporciona información sobre nuestro entorno, ayudándonos a adaptar nuestra conducta. Cada emoción, incluso las más incómodas como el enfado o el miedo, tiene una función específica. 

Las emociones básicas: alegría, tristeza, miedo y enfado, aparecen en todos los seres humanos desde una edad muy temprana. Por ejemplo: 

  • La alegría facilita el vínculo con los demás.
  • La tristeza invita a la introspección y al recogimiento emocional.
  • El miedo es una emoción de protección, nos alerta del peligro y nos ayuda a sobrevivir.
  • El enfado, por su parte, tiene una función de defensa: permite poner límites y expresar que algo no está bien para nosotros. 

Cuando un niño tiene una rabieta, lo que está sucediendo es que alguna de estas emociones ha alcanzado un nivel de activación muy alto. No es simplemente una “mala conducta” o un “capricho”, sino una manifestación intensa y aún inmadura de su mundo emocional. 

Una forma muy útil de entender lo que le pasa a un niño durante una rabieta es imaginar una ola emocional.

Las emociones no son estáticas; suben, se intensifican y, con el tiempo, bajan. Cuando una emoción se activa, el cuerpo y el cerebro del niño se preparan para reaccionar. Esa activación, sin embargo, no desaparece inmediatamente, sino que necesita tiempo para calmarse de forma natural. 

Mientras que el pico de la emoción puede surgir en cuestión de segundos, el retorno a la calma puede tardar varios minutos o incluso más. Esta diferencia temporal es importante, porque muchas veces los adultos esperamos una recuperación emocional inmediata, sin entender que fisiológicamente esto no es posible. 

Además, hay factores que pueden amplificar o mantener esa activación, como los pensamientos negativos (“me van a castigar”, “no me quieren”). En cambio, hay otros elementos que ayudan a reducir la activación emocional, como el control de la respiración, el contacto físico seguro o la atención plena, volver la atención en el aquí y el ahora.  

El papel de los padres en la regulación emocional de los niños es crucial ya que son los modelos de autorregulación. Los niños aprenden observando cómo los adultos manejan sus propias frustraciones, por lo que los padres deben responder con calma y paciencia. Para ayudar a un niño a regularse emocionalmente, lo primero es validar su emoción. Esto significa no minimizar lo que está sintiendo, sino reconocerlo. Por ejemplo, en lugar de decir «no ha pasado nada» o «cálmate», se podría decir «entiendo que te sientes muy frustrado» o «veo que estás molesto, eso es importante para ti». Al validar las emociones del niño, le mostramos que lo entendemos y lo acompañamos en ese momento de desregulación. Esta es la base para cualquier intervención posterior, para guiarle hacia una conducta más adecuada. 

¿Qué podemos hacer como padres? 

PREVENIR O ANTICIPAR 

Como los que mejor conocen a sus hijos, los padres pueden identificar qué situaciones o actividades desencadenan las rabietas. Puede ser el momento de irse del parque, no poder conseguir algo que quieren o estar demasiado cansados. Si sabemos qué cosas suelen generar frustración, podemos actuar de antemano. 

RUTINAS 

Las rutinas son una herramienta muy útil para evitar que se desaten las rabietas. Cuando los niños tienen una rutina establecida, saben lo que pueden esperar a continuación y esto les da una sensación de control y seguridad. Si el niño está jugando y es hora de ir al baño, anunciar con antelación: “en cinco minutos vamos a parar y nos vamos a bañar” les da tiempo para prepararse y aceptar el cambio. 

DARLE A ELEGIR 

Esto no significa darle al niño una libertad total, sino ofrecerle dos o tres alternativas dentro de lo que se puede permitir. Por ejemplo, se le puede ofrecer “¿quieres bañarte primero y después jugar, o jugar y bañarte después?”. Esto le da al niño un sentido de autonomía, lo que puede reducir la frustración. 

NORMAS CLARAS 

Puede ser útil, en lugar de imponer reglas rígidas todo el tiempo, centrarse en unas pocas esenciales, cinco o seis normas que se deben cumplir sí o sí, como no pegar, recoger los juguetes o comer lo que hay en el plato. De esta manera buscamos no ser excesivamente estrictos con todo, sino medir nuestras batallas. Así evitamos la frustración constante y promovemos un ambiente más relajado. 

CONTENER 

Si la rabieta ya ha estallado, no es el mejor momento para charlas, discursos o broncas, ya que el niño no es capaz de razonar. Lo que más le va ayudar en ese momento es contenerle, estar cerca de él. Si podemos, abrazarle o tocarle la espalda y hablarle con voz tranquila, con el propósito de que nos sienta cerca y validar su enfado con frases como “tranquilo, mamá/papá está aquí”, “si necesitas llorar, llora” o “veo que estás muy enfadado, no?”.  

Conclusión  

Las rabietas son una oportunidad para conectar con los hijos en los momentos en que más necesitan a sus padres. Lejos de ser simples actos de desobediencia, reflejan un sistema emocional en formación que requiere acompañamiento, no castigo. Al sostener con calma, validar lo que sienten y guiar, se les enseña que está bien sentir y que no están solos mientras aprenden a manejar sus emociones.  

 Por Carmen Herraiz Ladrón de Guevara

Deja un comentario

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.