Si nos ponemos a rememorar, todos somos capaces de sacar recuerdos de la infancia. Seríamos capaces de traer a nuestra memoria recuerdos de cuando teníamos 4 ó 5 años o tal vez de cuando éramos algo menores. Pero difícilmente ninguno de nosotros somos capaces de recordar algo sucedido antes de los 2 años (a no ser que se trate de un suceso traumático de algún tipo).
Este fenómeno se debe a varios motivos. Primero, a que los circuitos de la memoria a corto y largo plazo (los almacenes de memoria lingüística) se encuentran ligados al cerebro límbico y al neocórtex. Estas áreas cerebrales no empiezan a estar maduras hasta los dos años. Y segundo, porque hasta el segundo año de vida no hay aún desarrollo del lenguaje y el lenguaje organiza el pensamiento y el recuerdo.
Entonces, ¿no hay memoria previa a los dos años o al lenguaje?
¡Por supuesto! Los niños menores de dos años son capaces de recordar cosas y eso les permite aprender. Sin embargo, su memoria se basa en otros circuitos cerebrales (más primitivos) y situados en el tallo cerebral, por debajo de la corteza y el sistema límbico. Así los recuerdos de los sucesos que tienen lugar en un momento previo al lenguaje quedan grabados de una forma diferente. Más que secuencias lógicas de acontecimientos, se graban sensaciones corporales difusas. Y la principal diferencia con la memoria lingüística es que no podemos relatar aquello que sucedió y, en consecuencia, tampoco podemos explicarnos aquello que percibimos.
Si en esta etapa de la niñez nos ocurre algo especialmente doloroso, traumático o perturbador, las sensaciones corporales pueden invadirnos sin encontrar una explicación lógica para ello. En otro artículo ya hemos hablado de la importancia de este tipo de memoria. Ahora queríamos hacer notar que para un niño se hace necesaria la colaboración de un adulto que le relate aquello que pasó cuando ya tenga un lenguaje para dar sentido a lo sucedido. Así lo vemos en casos de partos complicados o situaciones médicas especiales que requieren largos periodos de hospitalización.
La gran mayoría de los padres tiene la idea de que es imposible que los niños recuerden aquello que sucedió cuando sus hijos eran muy pequeños: una operación, la separación de sus padres, un accidente, el parto que han vivido, etc. Es verdad que puede que los niños no sean capaces de «contar» lo que vivieron pero todo lo sucedido queda grabado en su cuerpo creando una huella sensorial, a veces, especialmente potente o perturbadora. De ahí la importancia del relato que pone palabra a lo que pasó y ayuda a integrar las sensaciones en un almacén cerebral distinto que puede elaborarlo desde otra perspectiva.