En los últimos años se ha hecho especial hincapié en los cuidados y el buen desarrollo del niño desde el momento en que nace. Pediatras y matronas nos dan pautas útiles para tratar de la mejor manera posible las primeras etapas del bebé, pero… ¿estamos obviando los aspectos más vitales?
Nils Bergman, investigador honorario en la Universidad de Ciudad del Cabo, afirmó hace ya unos años que “los mil primeros minutos de vida determinan la salud y el desarrollo para toda la existencia”. Después de sus tareas misioneras en uno de los países más pobres del mundo, Bergman pudo comprobar que los niños prematuros que entraban en contacto piel con piel con la madre tras el parto conseguían sobrevivir en mayor medida que aquellos que eran separados al nacer para ser atendidos. A través de este hecho se vio que, mediante el contacto inmediato con la madre, los bebés conseguían regular su temperatura corporal y ritmo cardíaco más rápido y de forma más exitosa.
Esto nos hace plantearnos también la forma en que se ha desarrollado la medicina a lo largo de los tiempos: ¿se ha medicalizado en exceso el parto y la maternidad? Entender cómo funcionamos y encontrar nuevas formas de actuación conlleva avances que nos han hecho llegar hasta nuestros días, pero actualmente estamos intentando estandarizar algo tan vital y humano como son la crianza y el cuidado. Intentamos pautar el tiempo que el bebé pasa en contacto con los padres, el tiempo que pasa despierto, durmiendo, la duración de las tomas… Sin embargo, esto es algo que viene inherente a nuestra naturaleza y nos olvidamos de que es el instinto el que nos ha permitido perpetuar nuestra especie, sin que nadie nos enseñe. El niño no necesita nada más que estar en contacto con sus padres y estar alimentado, lo que va a ayudar directamente a regular el sueño y el metabolismo del menor.
A raíz de los estudios de Bergman, se ha demostrado que las primeras condiciones que el bebé experimenta tras el parto (los famosos mil primeros minutos de vida) determinan qué vía se activa en el cerebro de este. Así, aportar al bebé una situación tranquila, con sentimiento de protección y en contacto con las figuras parentales activaría la vía de la oxitocina, hormona segregada por nuestro cerebro en situaciones placenteras. Por el contrario, si tras una situación tan estresante como es el parto los niveles de ansiedad del bebé no se regulan adecuadamente, quedará activada la vía del cortisol, hormona que el cerebro segrega en situaciones de alerta. Por tanto, elevados niveles de cortisol mantenidos en el tiempo pueden resultar dañinos, sobre todo ante un cerebro tan vulnerable como es el del recién nacido, dando lugar a niños más irritables, que lloran con más facilidad, con baja tolerancia al estrés y normalmente, con repercusiones en el aprendizaje y la memoria.
Al proponer modos de actuación tras el parto, actualmente los médicos se remontan a los orígenes y defienden cada vez más el método canguro: separación cero, lactancia materna a demanda y mantener cubiertas las necesidades tanto de la madre como del bebé; pudiéndose aplicar tanto en niños sanos como en niños prematuros o con alguna enfermedad, y añadiendo en estos últimos los cuidados médicos pertinentes. De esta forma, aportaríamos un ambiente de calma, protección y seguridad que fomentaría el buen desarrollo cognitivo y afectivo del menor.
La más terrible situación para cualquier recién nacido es ser separado de su hábitat: su madre.
Nils Bergman