El estrés es la respuesta natural de nuestro organismo a una situación novedosa y/o potencialmente peligrosa. Ante una amenaza, nuestro cerebro se activa y envía señales al resto del cuerpo para que esté alerta. Diferentes sistemas se ponen en marcha para poder dar una respuesta rápida a la situación. Una vez el estímulo desencadenante ha pasado, el cuerpo recupera su ritmo de funcionamiento habitual.
Pero ¿qué es lo que sucede cuando el estímulo o la situación se mantiene en el tiempo?
En ocasiones, cuando la situación desencadenante del estrés se mantiene en el tiempo, puede llegar a ocurrir que la respuesta de estrés (en un principio puntual) se cronifique y, por tanto, el estado de hiperalerta empiece a ocasionar desgaste y daños en el organismo. Este estrés crónico es dañino y puede llegar a causar una serie de consecuencias en nuestro organismo tanto a nivel fisiológico como mental.
¿Podríamos asemejar la situación de alerta y confinamiento que estamos viviendo con un estresor crónico?
Tal vez. Para que un estresor se cronifique, aparte de la propia naturaleza del estresor (llevamos ya más de 7 semanas en esta situación) es fundamental la vivencia que tenemos nosotros de lo que está sucediendo. No es lo mismo estar viviendo este periodo de confinamiento como una época que nos ha tocado vivir y en la que encontramos tiempo para la reflexión y para cuestionarnos nuestro estilo de vida, que estar viviendo estos días como momentos de máximo riesgo ante el posible contagio o incluso muerte a causa de un virus apenas conocido. Claramente, la perspectiva cambia nuestra vivencia y con ello también las secuelas que toda esta situación pueda dejar en nuestro organismo y en nuestra psique.
Y aquí podemos añadir algo más: si la vivencia es especialmente terrorífica ¿puede llegar a considerarse un trauma?
¿Qué es el trauma?
Uno de los autores más relevantes en este campo, Bessel Van der Kolk define el trauma de la siguiente manera: El trauma es una experiencia que sobrepasa los mecanismos de supervivencia de la persona así como sus facultades para reaccionar ante lo que le sucede. Para esa persona la vida nunca será la misma después de esa experiencia. Y ante el trauma el cerebro cambia a distintos niveles para reajustarse de manera que el sistema nervioso se pone en estado de alerta para hacer frente al peligro y adaptarse a lidiar con la impredictibilidad de una parte de la vida.
Son potencialmente traumáticas aquellas situaciones que afectan profundamente el bienestar o la vida del individuo y que suponen daño, muerte real o potencial o amenaza a la integridad física de la persona tanto de manera directa o como espectador. Cuando se genera un trauma, la respuesta del sujeto a estas situaciones implica un miedo intenso o la sensación de ser incapaz de ejercer ningún tipo de control sobre la situación.
Podemos pensar no solo en la situación de alarma o aislamiento que se da sino en las muertes (debidas o no a la enfermedad) que se están produciendo estos días donde los familiares no están pudiendo despedirse o realizar rituales de cierre como los entierros o funerales, lo que incrementa el riesgo de presentar un duelo complicado.
La situación actual por tanto es caldo de cultivo tanto para esas experiencias de duelo mal resuelto como para la aparición síntomas o trastornos de ansiedad, depresión o estrés postraumático.
¿Cómo saber si lo que experimenta mi hijo es sólo un estrés propio de la situación o se puede entender que la situación está resultando traumática para él?
Hay dos datos clave en los que nos vamos a fijar: la intensidad de lo que experimentamos y la duración.
Ante un mismo suceso, cada uno podemos reaccionar de manera muy diferente, lo que se traduce en la “vivencia” diferencial de la que hablábamos antes. Si esta vivencia es especialmente desagradable, llegando a puntos de malestar emocional difícilmente tolerables, hay riesgo de estar experimentando una situación traumática que, al prolongarse en el tiempo, aconseje recurrir a un especialista.
Señales o signos más frecuentes de estrés en niños
- Irritabilidad: los niños suelen expresar su malestar y su estado de ánimo bajo con una mayor sensibilidad. Parece que todo lo que sucede les molesta o los tensa.
- Dificultades para conciliar el sueño o sueño agitado (despertares, pesadillas).
- Regresiones a comportamientos que creíamos ya superados: el más típico pasa por que se les escape el pis en la cama pero puede ser cualquier tipo de comportamiento infantil. Volver a hablar con voz de bebé, pedir que nos quedemos en la habitación hasta que se duerma.
- Estar más demandantes de atención o cariño.
- Síntomas somáticos: dolores de cabeza o tripa son signos frecuentes de ansiedad en niños.
Señales o signos de que la situación puede estar resultando traumática para los niños
- Pensamientos recurrentes de una misma situación, como si no se lo pudieran “sacar de la cabeza”.
- Reacciones fisiológicas intensas de temor: palpitaciones, sudoración, temblores, …
- Evitación de cualquier estímulo que desate el recuerdo de lo traumático ya sean situaciones, lugares, objetos, conversaciones, recuerdos, …
- Estado emocional negativo constante.
- Abulia y apatía: pérdida del interés o del placer por actividades o relaciones.
- Incapacidad para recordar algún aspecto importante de los hechos o situaciones.
- Expectativas negativas y exageradas sobre lo que puede suceder o sobre uno mismo (“no valgo para nada”, “todo me sale mal”).
- Problemas de concentración o alteraciones del sueño.
- Estado constante de alerta.
¿Qué podemos hacer en estas situaciones?
Cuando estos síntomas son persistentes, es decir, aparecen casi todos los días con una intensidad elevada durante más de un mes, en AITTA os recomendamos acudir a un especialista que pueda ayudar al niño a superar sus miedos y dificultades.
Los signos y trastornos de ansiedad y estrés pueden trabajarse muy bien mediante técnicas de respiración, relajación o de atención plena, y se pueden acompañar de técnicas expresivas que ayuden al niño a comprender lo que le pasa o a poder transmitir y regular mejor sus emociones: mediante la elaboración de dibujos, cuentos, juegos, etc.
Si al estrés se le añade el trauma, necesitamos una intervención dirigida a trabajar no sólo la regulación emocional, sino la elaboración de la situación traumática e incluso la desensibilización de situaciones, objetos o personas que evoquen el miedo.
Desde AITTA esperamos que estas indicaciones os sirvan de ayuda para poder reconocer en qué momento un niño necesita ayuda y qué tipo de ayuda es la más adecuada en cada caso.