Las etiquetas y diagnósticos en los menores, ¿sirven de algo?

“Nos han dicho que nuestro hijo padece ansiedad. ¿Qué significa eso? ¿Está enfermo?”

Cuando un médico, un psiquiatra o un psicólogo hace un diagnóstico (depresión, ansiedad, TDAH…), lo que realmente está haciendo es ponerle nombre al conjunto de síntomas que esa persona experimenta. Es decir, le pone una etiqueta que describe el problema, pero en ningún caso lo explica.

En salud mental, se utilizan principalmente dos manuales diagnósticos que clasifican los llamados “trastornos mentales”, estos manuales son el DSM y el CIE, existiendo varias versiones actualizadas en ambos casos. Cada vez que las versiones se actualizan, las categorías cambian.

Sin embargo, aunque estos manuales se han creado en el ámbito médico, los trastornos mentales no pueden considerarse enfermedades, ya que hasta el momento no se han encontrado bases biológicas claras que puedan explicar estos “trastornos”.

Si nos centramos en niños y adolescentes, podemos decir que los trastornos mentales se describen como maneras de entender el mundo, de aprender, de comportarse o de manejar sus propias emociones que, a medio y largo plazo, les generan angustia y problemas en sus actividades diarias.

De hecho, niños que tienen un mismo trastorno mental diagnosticado, pueden mostrar síntomas muy distintos. Para que se entienda mejor, por ejemplo, dos de los muchos criterios que existen para diagnosticar depresión son “Pérdida importante de peso sin hacer dieta o aumento de peso” e “Insomnio o hipersomnia”. Por lo tanto, un adolescente que ha perdido mucho peso y duerme significativamente más podría padecer depresión, al igual que también podría padecerla otro adolescente que haya aumentado de peso y duerma mucho menos de lo que acostumbraba.

En el ámbito sanitario y escolar, etiquetar puede ser útil para la comunicación entre profesionales, pero la utilidad de las etiquetas diagnósticas no va mucho más allá de eso. Por esta razón, debemos utilizar las etiquetas con cuidado, ya que pueden conllevar algunos riesgos.

En ocasiones, cuando nuestros niños y adolescentes reciben un diagnóstico se hace un uso excesivo de este. Muchas veces se utiliza para darle explicación a todos sus comportamientos problemáticos. Y no solamente desde el hogar, si no también desde la escuela o desde la propia terapia. Él mismo puede llegar a decir: es que como tengo depresión, no puedo estudiar. O nosotros podemos pensar: como tiene TDAH no va a poder aprobar.

Cuando hacemos esto, reducimos la realidad del menor a una simple categoría, dejando de lado su experiencia individual. Es muy fácil que lleguen a razonamientos como: “Yo soy (etiqueta diagnóstica), por eso me comporto así. No lo puedo cambiar”. Esto puede limitarlos en la mejora e, incluso, estigmatizarlos.

¿Cómo podemos evitar la estigmatización?

Para prevenir las consecuencias negativas de los diagnósticos es importante no olvidarnos de que son etiquetas únicamente descriptivas, como decíamos antes. Lo que estas etiquetas indican es un problema del menor para relacionarse con su contexto externo e interno. Y aunque puedan existir unas bases genéticas que predispongan para desarrollar un problema u otro, esas bases no son determinantes. Los problemas mentales son problemas en el aprendizaje. Por eso, de la misma manera que han aprendido a relacionarse con el entorno de una forma problemática, pueden aprender a hacerlo de forma sana y funcional.

Por otro lado, es importante tener en cuenta que los trastornos no son permanentes. Para diagnosticar cualquier trastorno mental sabemos que es necesario que se cumplan los criterios diagnósticos. Pero si tras un proceso terapéutico o, en ocasiones de forma espontánea, por un cambio de contexto, los síntomas se reducen o desaparecen, pueden dejar de cumplirse los criterios. Por lo tanto, no podemos seguir diagnosticando el trastorno a esa persona.

En conclusión, lo que nos gustaría transmitir en este artículo es que la etiqueta diagnóstica no define a vuestros hijos. Es importante que les transmitamos que ellos no son su diagnóstico. De esta forma, los intentos que haga, tanto el menor como su entorno, por mejorar, obtendrán un resultado, lo cual esperamos que os sea esperanzador.

Por Rocío Romero Bajo

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