Como ya hemos hablado en artículo previos sobre el tema, la hiperactividad es un diagnótico cada vez más frecuente y no se sabe bien el motivo de su aumento. ¿Podría ser un sobrediagnóstico? Tal vez la etiqueta TDAH se haya convertido en un cajón de sastre donde se encasillan otro tipo de trastornos con límites difusos. Hay autores que opinan que muchas veces se diagnostica de hiperactivos a niños que simplemente se portan mal.
Lo cierto es que recientemente, según un estudio publicado por pediatrics, ha quedado demostrado que la intervención precoz de este tipo de niños mejora el rendimiento y que los niños que inician un tratamiento más tardío tienden a presentar peores resultados en matemáticas y en lenguaje.
Tenemos que tener en cuenta que el origen del trastorno se atribuye a la combinación de una serie de factores ambientales, genéticos y neurobiológicos. Así pues, la combinación de los diferentes factores hace que cada caso sea particular y diferente. Esto dificulta el diagnóstico y, por extensión, el inicio del tratamiento.
Es comprensible que desde una óptica científica basada en la evidencia de las investigaciones se haga hincapié en el hecho del diagnóstico y la intervención tempranas. Sin embargo, no debemos olvidar que si hay factores ambientales que influyen en la aparición del TDAH, estos factores pueden variar con el tiempo y hacer que la sintomatología disminuya o cambie.
Por tanto, es lícito perseguir el objetivo de una intervención precoz pero habrá que observar detenidamente cada caso para poder aplicar el tratamiento adecuado y, sobre todo, ir variando la estrategia a medida que el niño vaya mostrando síntomas de mejora.
Los padres y profesores nunca deberían apoyarse en el hecho de que su hijo presente una determinada dificultad para dar el caso por perdido y para permitir determinadas conductas solo porque constituyen los síntomas del trastorno.
Del mismo modo que el fracaso escolar no es del todo atribuible al hecho de presentar un TDAH.