Las temidas rabietas que todo padre teme y casi todos sufren no es un fenómeno anómalo. Es común a la gran mayoría de los niños y normalmente surjen en torno a los dos años. Estas características hacen sospechar que, al igual que la fase del «por qué» se trata de un paso en la evolución natural del niño.
Sin embargo, ¿cuál es su función?
Las rabietas parecen ser el resultado de un conjunto de circunstancias madurativas, evolutivas y psicológicas que hacen que aparezcan a lo largo del crecimiento estándar del niño.
Por un lado, está la maduración del sistema nervioso. El primer y segundo año, la maduración de las vías nerviosas se centra más en el cerebro primitivo, llamado «cerebro de reptil» que comprende el tronco del encéfalo, donde se regulan las funciones vitales y los reflejos.
A partir del segundo año, comienza a madurar de una manera prioritaria, el cerebro medio o «sistema límbico» que regula todo el sistema emocional del ser humano.
Más adelante, a partir de los 3 o 4 años, este desarrollo pasa a un segundo plano tomando ahora mayor relevancia el desarrollo del cerebro más evolucionado, la corteza cerebral donde se empiezan a ver atisbos de las funciones superiores del ser humano (planificación, autocontrol, etc.)
Así pues, podemos ver cómo los dos años es un momento importante en el desarrollo del sistema emocional. Los niños se vuelven tremendamente más expresivos en este sentido y también aparecen determinados fenómenos muy relacionados con la expresión emocional como son los miedos, las pesadillas y las rabietas.
Este desarrollo neurológico posibilita que a nivel psicológico el niño empiece a identificarse a sí mismo y a reconocerse como un ser diferente a su madre o padre. Descubre la posibilidad de decir «no» y de hacer algo diferente a los que sus padres ponen ante él. Esta poderosa arma que le ayuda en su reafirmación como persona independiente, va unida al hecho de mostrar un gran enfado cuando no se hace lo que él considera oportuno, es decir, las rabietas.
¿Y qué hacer con ellas?
Si entendemos la rabieta como un hito evolutivo y una manera de reafirmación de la personalidad en formación más que como un ataque a nuestra autoridad como padres o como un intento de manipulación infantil, podremos afrontar la rabieta desde otra perspectiva.
Desde esta posición, debemos tratar de poner control sobre aquellas circunstancias que rodean la aparición de las rabietas. Siempre hay determinados estímulos que las desencadenan con mayor facilidad y frecuencia: una visita al supermercado, la hora de irse del parque para volver a casa, etc.
Y, una vez que la rabieta ha aparecido, tratar de sacar al niño fuera de la situación estimular que la ha provocado o tratar de anticipar aquello que sabemos que lo va a disparar: sacarle fuera del supermercado hasta que se calme o avisarle cada 5 minutos que se acaba el tiempo de jugar y vamos a tener que irnos a casa.
Unido a esto, siempre es útil no tomar de modo personal nada de los que los niños dicen para tratar de herirnos cuando están ofuscados (mamá no te quiero, tú no me mandas, etc)
Ofrecerle siempre un abrazo o una respuesta corporal cálida, protectora y calmante ante los ataques de ira incontrolada que en ocasiones les embarga. Proponer alternativas de acción (decirle qué cosas SÍ pueden hacer y no sólo cuáles NO) y modelar su conducta sirviéndoles de ejemplo, sobre qué cosas pueden hacer cuando se encuentrar ofuscados.
De esta manera, las rabietas serán sólo una fase pasajera en su evolución y no se convertirán en un escollo de la relación entre padres e hijos.