Por Ainhoa Uribe
Cuando una pareja se separa, los dos miembros sufren dado que se han roto las expectativas de ambos de conseguir una vida feliz juntos. Cuando la pareja además tiene hijos, para los niños no son las expectativas las que se rompen sino su propio mundo. No conocen otro. Desde que han nacido han tenido un padre y una madre, que vivían juntos y con una relación que les vinculaba (fuera ésta mala, buena o regular).
Llegados a un punto de no comprensión en la pareja, de rechazo mutuo o de falta de proyectos de futuro en común, es la hora de separarse. Y esto es un ejemplo para los hijos: cómo el adulto trata de ser mejor persona en busca de su propia felicidad y estabilidad emocional. Ahora bien, no hay que olvidar que para los hijos la separación de los padres es un estrés vital y hay que estar muy pendientes de cómo manejar la situación para que consigan afrontarla de la mejor manera posible.
No hay una separación en la que los hijos no sufran.
Por mucho que solo sea una de las partes con la que conviven o que la pareja les trate mal o que presencien violencia verbal entre sus padres,… El momento en el que los padres se separan, los niños sufren.
La mayoría de las ocasiones, la separación, a largo plazo, es para mejor: los padres al no tener que convivir, se relajan o encuentran nuevas parejas con las que comparten sus gustos y aficiones. Sin embargo, el corto y medio plazo suele ser doloroso.
¿Qué hacer para suavizar este dolor inevitable?
Lo primero sería comunicar juntos la decisión de la separación. Aunque ésta no haya sido tomada por los dos de mutuo acuerdo. Además de ayudar a los niños a que digieran la noticia, estamos sentando las bases de la nueva comunicación que debe existir entre los padres, por el bien de los niños: diálogo y respeto a la hora de tomar decisiones que atañen a los hijos en común.
Hay que tratar de ser claros con los hijos. Los niños no necesitan saber cuál ha sido el motivo de la separación, pero sí necesitan saber cómo va a ser su mundo a partir de ahora.
Lo que conocían hasta ahora va a dejar de existir. Entonces, hay que dejarles claro qué es lo que viene a continuación (hasta donde se pueda saber): donde van a vivir, con quién, si van a cambiar de colegio o no y cómo y cuándo van a tener contacto con sus progenitores.
La siguiente regla básica consiste en no menospreciar al otro cónyuge delante de ellos. De cualquiera de las maneras que podamos imaginar: no hablar mal de él, no hacer oídos sordos a lo que propone, escuchar y negociar con el otro las decisiones que afecten a los hijos de una manera calmada, etc.
Y, por último, informar de los nuevos cambios a la expareja para no dejarlo en una situación de desventaja. Cuántas veces un papá o un mamá se entera que su ex tiene pareja porque los hijos se lo dicen. La sorpresa que provoca en el otro suele generar un sentimiento de culpabilidad en los niños. Como si hubieran descubierto un secreto o hubieran comunicado algo prohibido traicionando al otro progenitor.
Por respeto al progenitor que un día fue pareja, aunque ahora ya no lo sea, es importante poder comunicar de adulto a adulto (sin que los hijos tengan que ser intermediarios) la aparición de nuevas parejas, los cambios de casa, ciudad o nuevas paternidades.
Siguiendo estas reglas podemos crear una buena base para que la transición por el divorcio sea lo menos dolorosa posible a los hijos pero tendremos que ser conscientes en todo momento que tendremos que superar la culpabilidad que supone haber generado malestar en nuestros hijos. Y que esto también lo hacemos por su bien.